Marzo 1974
Eran tiempos extraños, poco definidos, tiempos de desasosiego y esperanza. Se iniciaba en España una tímida apertura de lo que luego desembocaría en el nuevo proceso democrático, tras tantos años de sangrienta, represora y agobiante dictadura.
Roma, siempre bella, enigmática y clásica, me iba a deparar la ocasión de conocer a uno de nuestros mejores poetas contemporáneos: el maestro Rafael Alberti.
En su apartamento de la Vía Garibaldi 88, en pleno corazón del Trastevere romano, en aquel lugar de peregrinación intelectual de tantos y tantos luchadores antifranquistas; Alberti y su gigantesca sombra cómplice, inteligente y no suficientemente valorada, María Teresa León, me recibieron en una tarde amable, de charla distendida e ideas parecidas, pese a los tiempos de exilio y censura que corrían.
Entre cierta nostalgia del pasado, algún que otro análisis del momento político, un buen café y anécdotas del matrimonio cuando les sorprendió el alzamiento fascista del ´36 en la hermana isla de Ibiza, transcurrieron velozmente, unas horas deliciosas, que son, todavía, pese a la fragmentada memoria, un recuerdo muy bello en mi corazón.