Conferencia pronunciada el 12 de Diciembre de 1973 en la Asociación de Corresponsales Extranjeros de Ciudad de México, con motivo del Primer Encuentro de Joven Literatura Iberoamericana, en representación de la Agrupación Hispana de Escritores.
(Programado este Encuentro para llevarse a cabo inicialmente en Santiago de Chile, se efectuó finalmente en México, debido al golpe militar que continuaba derramando sangre de hombres libres, en el territorio de la República de Chile)
(Participaron en el Encuentro: Sociedad de Escritores de Chile (en el exilio); Asociación de Escritores Salvadoreños; Taller Literario Salvadoreño Francisco Díaz; Revista Penélope (Panamá); Revista de Literatura Hispanoamericana de la Universidad del Zulia (Venezuela); Agrupación Hispana de Escritores; Universidad Autónoma de Zacatecas (México); Centro Libre de Experimentación Teatral y Artística de la Universidad Nacional Autónoma de México; Revista Tercera Imagen, del taller de poesía de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México; y la Revista Xilote, del Frente Mexicano de Trabajadores de la Cultura, organizadora del Encuentro. Creándose además la Confederación de Escritores Iberoamericanos y publicándose los trabajos en la Revista Manatí.)
Es difícil hoy en día ser persona, quizá es una de las tareas más necesarias e importantes; recuerdo aquellas palabras de Toynbee en que decía que “el hombre no debía considerar los logros y los avances de la tecnología como el elemento más importante de su cultura. El hombre es un animal social, y su destino depende de la ética, de su norma de conducta para con sus semejantes y del grado en que viva por encima o por debajo de esa norma”.
Por desgracia la superación del egocentrismo constituye una difícil tarea para cualquier criatura viviente, todos estamos muy lejos de vivir en consonancia con nuestros ideales. ¿Podemos perfeccionar nuestra conducta? ¿Podemos hacerlo a escala universal? He aquí la cuestión de la que depende el futuro de la cultura humana; la ética, no la tecnología, es el elemento clave de la cultura. Si la tecnología avanza mientras la cultura y la ética se estanca, el futuro de la humanidad se presenta muy sombrío.
He aquí el por qué existe y debe existir, esa necesidad de comunicación, esa necesidad de encuentros como éste, en donde las gentes puedan conocerse y conocer los problemas, las ideas, las vivencias de personas con diferente sentir, con diferentes formas de pensamiento y acción.
¿De qué sirve poseer los mejores y más revolucionarios medios de comunicación si la información y el intercambio que se nos ofrece a través de esos medios, están controlados, manipulados o falseados? Actualmente una de las tareas principales del intelectual, del escritor, del artista, del trabajador o de las personas simplemente, es la de arrojar claridad, evidenciar ciertos hechos y ciertas circunstancias que se malinterpretan, muchas veces, voluntariamente; palabras que se tergiversan, escritos que se silencian, mentiras que se adornan con un lenguaje cuidado.
Creo que fue Ortega y Gasset quién dijo que la claridad era la elegancia del filósofo, y en nuestro mundo, una de las muchas acciones, que necesitan realizarse, es la de arrojar luz, claridad, que sea a la vez rebelión y denuncia de todo un tenebroso imperio de sombras.
Pero si pretendemos hablar de literatura, de ideas, sería necesario aclarar algunos conceptos sobre lo que es y lo que puede ser la cultura. En primer lugar la palabra cultura se presta ya de por sí a diferentes concepciones, las cuales se hallan, a su vez sujetas, al cambio de las corrientes ideológicas de cada época. En nuestro siglo, todavía perviven, mezcladas, antagónicas ideas de lo que se entiende por cultura; de ahí la necesidad y casi la obligación de definir el tema a la luz de de las recientes teorías sobre cultura, persona y sociedad. Es frecuente, aún, encontrarnos – en las capas más tradicionalistas- con opiniones sobre la cultura, entendida como un conjunto de conocimientos que deben adquirirse, independientemente del uso que de ellos se haga. Es muy triste también observar, como a través de la historia, los conocimientos, la cultura, las ideas, han servido para distanciar a los hombres, para crear separatismos y castas sociales, en las que, los más afortunados, emplearon conocimiento y cultura para oprimir y explotar a quienes, por diferentes causas, no tuvieron los medios, las posibilidades, para alcanzar su nivel cultural.
La historia de la cultura hasta Marx fue – e incluso después de él, todavía persiste – la historia trágica del mantenimiento, difusión y conocimiento de unos logros, que únicamente se anhelaban por el beneficio económico que representaban y el predominio social que de ellos se obtenía; pero también, a través de la historia, hemos ido observando, como han nacido, en cada época, elementos revolucionarios que intentaron que la cultura fuese algo mas que unos conocimientos empleados para distanciar y separar a los hombres. La socialización de la cultura, es decir, la posibilidad de que ésta llegue a todos por igual y en condiciones de libertad, no es solamente una frase bonita en boca de algunos bienpensantes de izquierda.
Después del marxismo la cultura sólo puede ser entendida en función de una aplicación liberadora. Viene ahora a cuento la frase de un gran político y pensador mallorquín: “la cultura por si sola es un adjetivismo, la instrucción y la educación son los materiales pero no el edificio, y el edificio que con ellos se construya lo mismo puede ser una catedral que una cárcel. La cultura por si sola puede ser el instrumento del mal. La simple cultura aplicada a un sujeto de alma excelsa le ayudará a perfeccionar su obra de bien, pero si la aplicáis a un bárbaro negativo no conseguiréis más que dar fuerzas y eficacia a su barbarie”.
Es decir, la cultura no puede considerarse como algo en sí misma, incomunicable, puesto que eso sería nada. La cultura tendrá o no un sentido, será o no auténtica y verdaderamente cultura según el uso que de ella se haga y según la aplicación a las necesidades y exigencias del momento histórico. Es obvio que en una sociedad disminuida por la opresión política, es mucho más necesaria una culturización política encaminada hacía la liberación social que cualquier maravillosa entelequia sobre el fútbol, por ejemplo, por muy sutil y documentada que esté. Y es que la cultura debe ir siempre en función del hombre, en función de la persona y la sociedad, puesto que es un hecho social. El secreto está en el uso de la cultura, independientemente de la extensión o calidad de ésta.
Una cultura será válida, no por la cantidad y variedad de matices, conocimientos o barroquismos que exhiba, sino por el enfoque, la viabilidad y el compromiso que represente respecto a las exigencias y requerimientos de la realidad histórico-social.
Hablando más concretamente del escritor y la literatura dice Jean Paul Sartre: “la obra escrita es un hecho social y el escritor, incluso antes de tomar la pluma, debe estar profundamente convencido. Hace falta, en efecto, que esté muy al tanto de su responsabilidad; es responsable de todo, de las guerras perdidas o ganadas, de las revueltas y represiones, es cómplice de los opresores si no es aliado natural de los oprimidos. Pero solamente porque es escritor, porque es hombre,, tiene que vivir y querer esa responsabilidad y para él es lo mismo vivir y escribir, no por que el arte o la cultura salven la vida, sino porque la vida se expresa en empresas”.
Resumiendo: la cultura tendrá un sentido desde el momento en que se oriente y dirija hacia unas apremiantes necesidades del individuo o de la sociedad, ya sea para denunciarlas o para liberarlo de ellas. La cultura será pues, beneficiosa, cuando cumpla una misión liberadora que le dé un sentido. Lo demás son sutilezas que pueden, según el matiz, agradar o molestar.
José María Castellet, en el Coloquio internacional sobre Novela, celebrado en Formentor, sostuvo la tesis de Elio Vittorini, quién manifestaba que “el novelista – y aquí podemos incluir al artista en general –puede y debe contribuir a la transformación de la sociedad, entendida en su sentido histórico. De esa concepción dinámica y social se desprende un tratamiento realista de los temas novelísticos, una crítica de la sociedad y un compromiso del escritor con el tiempo en que vive”.
Frente a esta concepción de la cultura se han alzado, lógicamente, muchas personas alegando –con frecuencia desde una privilegiada situación social- que ello significaría caer en el determinismo impuesto por las circunstancias y las necesidades sociales del hombre, destruyendo así toda libertad y originalidad en la creación artística. Aunque nada más lejos de lo que antes comentábamos: a nadie se obliga, cada uno es libre de entender la cultura, el mundo, las instituciones y hasta la propia vida o la misma muerte, como le venga en gana. Pero atención: libertad es también responsabilidad, y todo individuo que inicia una comunicación tiene su responsabilidad propia e irreducible frente a ciertos hechos y situaciones. Hoy en día el compromiso y el grado de acción del individuo nos van a dar la imagen clara de su autenticidad o de su valor como grupo.
Al individuo que está escribiendo sobre la belleza de las flores que rodean su jardín y está callado sobre la sangre o el sudor de sus hermanos oprimidos, siempre le acechará la pregunta, la famosa pregunta de que nos habla el Antiguo Testamento: “Caín, ¿Dónde está tu hermano? ¿Quiere eso decir que toda cultura debe ser exclusivamente denuncia crítica y revolución social? Indudablemente en el mundo deberá existir una variedad de ideas, creencias, creaciones y actividades, pero, desde luego, hay algunas que por su dramático cariz, tienen prioridad.
Desde esta perspectiva de la adecuación de los actos a las ideas es desde la que vamos a desarrollar algunos puntos aislados (sin excesivas puntualizaciones que agotarían nuestro tiempo)
De lo que fue y está siendo la cultura española en los últimos años.
Ramón Menéndez Pidal escribía en 1967, con respecto a la problemática cultural española: “Larra, en los años críticos del siglo XIX imaginó la pugna mortal de dos mitades de España que tratan de llevarse mutuamente a la sepultura. Y en verdad, esta trágica lucha entre las dos tendencias opuestas, que gobiernan la vida de todos los pueblos, tradición e innovación, es una constante de la vida española. España, recluida en el aislamiento que le impone su finisterrismo o abierta a las corrientes encontradas de los dos continentes a los que sirve de nudo, no suele encontrar con facilidad caminos de transición entre las dos fuerzas de signo contrario. Creo, sin embargo, que la dura realidad de los hechos afianzará en ellos la tolerancia, valioso don histórico que la experiencia de los más nobles pueblos ha obtenido: suprimir al disidente, sofocar propósitos de vida creída mejor por otros hermanos es un atentado contra el acierto. No es una de las semiEspañas enfrentadas la que habrá de prevalecer poniendo un epitafio a la otra; será la España total, ansiada por tantos, la que aproveche íntegramente todas sus capacidades para afanarse, laboriosa, por ocupar un puesto entre los pueblos impulsores de la vida moderna. La comprensiva ecuanimidad hará posible y fructífero a los españoles el convivir sobre el suelo patrio, no unánimes, que esto ni es posible ni deseable, pero sí aunados en un anhelo común hispánico en que contiendan y se compenetren los dos impulsos de tradición y renovación”.
Bien, esta dualidad de la que nos habla Menéndez Pidal, este tremendo enfrentamiento entre las dos Españas, una tradicional, otra revolucionaria, ocasionará el eje y la base en donde se sustente la mayor parte de la cultura española de posguerra. Ya que hablar de cultura española actual es remitirnos inexorablemente a un condicionamiento inicial y que todavía persiste, marcando hondamente la acción intelectual española del momento; me refiero a la guerra civil de 1936.
Cuando hablemos pues, de cultura española actual, hemos de tener siempre en cuenta, tanto en literatura, como en arte o filosofía, la estructura social en que se han formado las nuevas generaciones españolas. De ahí que empecemos a hablar de la cultura de nuestro periodo de posguerra. Cultura que, como veremos, salvo escasas excepciones, permanece en un aburguesado marasmo de indiferencia y apatía, con muy escasa evolución.
La cultura española actual es, pues, el ejemplo clásico de una cultura de posguerra, con sus problemas ideológicos, políticos y de censura, con sus limitaciones y frustraciones. Es una cultura castrada, una posibilidad que murió y está muriendo siendo esperanza, esperanza que nunca llega.
Quizá el hecho más significativo de este proceso sea el claro exponente de la novela social después del ’36. ¿Por qué novela social española? Pues porque, como dice Pablo Gil Casado en un excelente ensayo, la novela social española contiene numerosas referencias “al estado de la sociedad española y a ciertos aspectos de la vida nacional que podrían llamarse injustos o, por lo menos, indebidos desde el punto de vista de la equidad social”.
Claro que la literatura social española no es privativo y exclusivo de esta época; siglos antes podríamos referirnos a Quevedo o a Torres de Villaroel, quienes con sus admirables sátiras sociales, dieron la medida de lo que podía ser y hacer un escritor comprometido con la situación social de su época. O más cercanos como Moratín, Forner, pasando por el romántico Larra que, descontento con el país y con sus hombres e instituciones, llevó el periodismo a plena dignidad literaria con sus artículos críticos. Larra ha sido unos de los pocos que ha sentido y comprendido a España, nos dirá Azorín en uno de sus ensayos.
Es Larra, después de Quevedo, quien pone al desnudo la crueldad de la vida en torno, ofreciendo al político los hechos y situaciones que deben ser reformados. Es decir, que Larra se mantuvo fiel a ese concepto de cultura comprometida del que posteriormente hablarán Adorno, Brecht, György Lukács, etc.
Carlos Seco, crítico español, dijo muy acertadamente de Larra que su fidelidad a un esquema de pensamiento comprometido le llevaría a romper con el mundo antes que pactar. Podríamos decir que Larra prefirió la muerte a la alienación. De ahí su suicidio.
También antes de nuestra guerra –y digo nuestra no porque haya participado en ella, sino porque gran parte de la juventud española está conociendo, hasta la médula, sus consecuencias- hubo corrientes de pensamiento que llenarían épocas enteras de la cultura. Por ejemplo la generación del ’98, una generación con influencia europeísta, que tiene que ser tomada muy en cuenta a la hora de efectuar un acercamiento a la situación cultural actual. Azorín, Unamuno, Valle-Inclán, Ortega, Baroja, Maeztu, Ganivet, los Machado, etcétera, representan la mayor influencia ejercida sobre nuestra juventud intelectual.
Ya en nuestros días encontramos autores que tratan de la quiebra moral de la sociedad española: Camilo José Cela y Juan Antonio Zunzunegui son dos de los nombres más representativos. Cela con tres de sus mejores obras, La familia de Pascual Duarte, La Colmena y Viaje a la Alcarria, ofrece una crítica, un tanto estética de la sociedad. Mientras que Zunzunegui con Esta oscura desbandada nos habla de la realidad de una crisis. Posteriormente Miguel Delibes, Juan Goytisolo, Rafael Sánchez Ferlosio, José Manuel Caballero Bonald, Jesús Fernández Santos, Daniel Sueiro, Carnicer, Ramón J. Sender, Juan Sebastián Arbó y otros.
En cuanto a las influencias de la novela española, influencias extranjerizantes, mencionar a Hemingway y Steinbeck, pese a que la nueva novelística nacional, sigue siendo, profundamente hispana.
Aparte de la novela social, tenemos una producción poética de hondo sentir social y humano, la llamada generación del ’27; con Pedro Salinas, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, etc. Es una generación que a partir del ’36 dará un giro radical. El mismo Salinas deberá partir para el exilio y su producción inicial, íntima, sentimental, una poesía cuidada como es La voz a ti debida girará hacía una poesía de desasosiego, de angustia y de temor, que se reflejará en su obra Cero. Jorge Guillén es su obra Clamor nos demostrará hasta qué punto puede influir la guerra en la obra de un escritor, de un poeta. Esta generación pondrá de manifiesto que la poesía puede ser un elemento de crítica y denuncia. Por lo demás, algunos escritores de los años cincuenta, se hallan influidos hondamente por las corrientes de la novelística mundial. El existencialismo se hace notar en España, y podríamos decir con Sherman H. Eoff que “en los dos últimos siglos las perspectivas del hombre han sufrido un progresivo cambio que le ha llevado desde la fe en un orden del mundo regido por Dios, a la fe en un orden del mundo regido por el hombre”, con la consiguiente soledad de éste –por no decir desesperanza- al tener que representar un papel que no había solicitado. A España llegan con retraso las ideas de Sartre, Ionesco, Simone de Beauvoir, Camus, Brecht, Gide, Marx –en lo referente a Europa- y también en cuanto a los norteamericanos, como William Faulkner, Arthur Miller y, más recientemente Kerouac y Whitman.
En cuanto a Ibero América la influencia ha sido notable –sobre todo en una generación de jóvenes narradores españoles-; Miguel Ángel Asturias, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Marco Antonio Montes de Oca, José Emilio Pacheco, se han dejado notar en España junto con otros autores de amplia difusión, entre los que destacan: García Márquez, Vargas Llosa y Borges, junto a Bioy Casares, Leopoldo Marechal, Lezama Lima, Neruda, Nicanor Parra, Ernesto Sábato, Carpentier, Onetti, etc.
Todos estos nombres han contribuido a introducir entre las mayorías españolas la literatura iberoamericana; aprovechando las editoriales para hacer creer que se había producido algo realmente nuevo y extraordinario – todo por motivos de publicidad y comercio- cuando en realidad, los escritores de las generaciones anteriores eran también excelentes. La diferencia estriba en que antes las masas no se habían percatado de ello.
Sigamos con España. Nada de Carmen Laforet, La sombra del ciprés es alargada de Miguel Delibes, La Colmena de Cela son obras que van a dejar paso a un realismo fomentado por una de las mejores editoriales de vanguardia española: Seix Barral.
Del ’62 al año ’70 hay un gran vacío en la novelística española, únicamente llenado por obras como Réquiem por todos nosotros de José María Sanjuán, joven escritor ya fallecido, que obtuvo el Nadal con ella; Juan Marsé, autor de Últimas tardes con Teresa y Encerrados con un solo juguete, actualmente redactor de la revista Bocaccio y recientemente galardonado con el premio México de novela; Jesús Torbado, otro de los jóvenes valores de una literatura pesimista, amarga, casi sin esperanza y que se dio a conocer con Las corrupciones García Pavón y Carlos Rojas, éste ganador del premio Planeta ’73 con su obra Azaña. Ana María Matute, Alfonso Grosso y José María Gironella. Al margen de éstos, encontramos una infinidad de voces exiliadas con una novelística extraordinaria; así Sender con su En la vida de Ignacio Morel, premio Planeta ´69, Francisco Ayala, Max Aub, Rosa Chacel, Serrano Poncela.
En lo referente a ensayo, la imagen de Ortega y Gasset, influenciado por el neokantismo de sus años jóvenes en Alemania, ha dejado huella. Ortega resume, junto con Unamuno, parte del pensamiento filosófico español. Puede decirse del primero que creó escuela, una forma de pensar propia y característica. Ortega supo devolver al lenguaje su valor fundamental. Es importante la semántica práctica ejercida por Ortega y devolver a cada palabra su uso adecuado y requerido por la realidad. Después de Ortega tenemos a Julián Marías, Aranguren, Ferrater Mora, Laín Entralgo, Zubiri y, mucho más moderno, Alfonso sastre con sus ensayos sobre la Crítica de la cultura. Tierno Galván, Antonio Jutglar, Santiago Loren, Panniker y Castellet.
Pero donde quizá se noten más las jóvenes tendencias culturales sea en los ambientes regionalistas. Existe en España una unidad política que mantiene una variedad regional. En España, han influido las nuevas tendencias, sobre todo en la juventud universitaria. La proclama hecha por la UNESCO para salvar y fomentar las pequeñas e influyentes culturas ha encontrado un maravilloso terreno en ciertas regiones españolas como Cataluña, Baleares, Vascongadas o Galicia. Este resurgir de las culturas regionales es extraordinario. El joven intelectual español se da cuenta de la necesidad de que pervivan todas estas tradiciones, ideas, formas de pensar y de vivir que han sido durante muchos años, peculiaridad propia de su región. El auge de la cultura catalana en los últimos años no deja lugar a dudas. Existe una juventud comprometida con una tarea, con una labor a realizar que sólo puede ser hecha por esos jóvenes, me refiero a la recuperación –antes de que caiga en el olvido del tiempo y la historia- de unas formas de ser, vivir y pensar, y de un arte, una cultura, una tradición y un folklore propios, autóctonos en cierto sentido. En estos movimientos podemos citar a Josep Carner, a Joan Brossa, Salvador Espriu, Mª Aurelia Capmany, Pedrolo, Calders, Espinás, Josep Plá y más recientemente a Terenci Moix, Xavier Amorós, el mencionado Castellet, etc. Todos ellos con una honda preocupación por la lengua y la cultura catalana. Igualmente sucede con la población vasca, la gallega o la balear, España es una variedad cultural de compleja y variopinta diferenciación.
En Baleares también han surgido elementos representativos de una forma de ser muy parecida a Cataluña o Valencia. Hoy en día en Baleares, existen escritores tan formidables como Blai Bonet, LLompart, Baltasar Porcel, Josep Meliá, A. Serra, Janer Manila, A. Ballester y G. Frontera. De la generación joven todos ellos excepto uno o dos. Una generación que se ha dado a conocer con esfuerzo, en unas islas, que siempre tuvieron fama de desconectadas culturalmente del resto de España. Parece ser que, afortunadamente, se empieza a tomar en serio lo que significan y pueden representar las culturas regionales españolas.
Pero cultura no es solamente arte o letras; en medicina encontramos a psiquiatras preocupados por la realidad cultural e intelectual del país, como Rof Carballo, y Castilla del Pino, o el doctor López Ibor. Entre los críticos y ensayistas más jóvenes: Eugenio Trias, Manuel Sacristán, Comin, Tamames, Francisco Umbral, etc.
España es hoy en día –artísticamente hablando- la poderosa influencia dejada, no sólo en nuestro país, sino en el mundo entero, por los maestros del arte moderno: Picasso, Juan Gris, Miró, Dalí y algunos de tendencia más tradicional y figurativa, como Solana, Nonell, Vázquez Díaz, Francisco Cossío, Benjamín Palencia, Zabaleta, etc. Recientemente no se han producido manifestaciones vanguardistas de ruptura que pueda decirse hayan determinado una dirección en la pintura española; más bien existen individualidades muy fuertes, aisladas, y a veces, con un marcado realismo social, tal es el caso de Equipo Crónica de Valencia o las obras de Fernando Somoza, o Genovés, que presentan en su obra una crítica virulenta de la situación de opresión en que se halla el hombre actual.
En cuanto a la escultura, tenemos la obra de Chillida, premio de la Bienal de Venecia ´58 y que es, hoy por hoy, una de las más claras instituciones del momento escultórico mundial. Junto a él están los interesantes intentos de Berrocal y Andrés Alfonso, este último preocupado y casi obsesionado por la relación entre escultura y urbanismo.
Hablar de teatro español es, como en tantas otras actividades artísticas, hablar de dualidad. Por una parte el teatro comercial, tradicional, de escasa calidad, como la obra de Alfonso paso y las representaciones usuales de los clásicos o de los más actuales como Ruiz Iriarte, Calvo Sotelo, Mihura, etc. Por otra parte, los intentos minoritarios del llamado teatro independiente, en lucha constante con la censura y con el déficit económico, dada la escasa afición y la desgana cultural del país. No obstante hallamos en los últimos años, excelentes adaptaciones como las de Enrique LLovet o los montajes de Marsillach. En cuanto a la creación de teatro puramente español, algunos intentos de teatro regional contemporáneo los encontramos a cargo de Joan Oliver, Josep María Benet y Salvador Espriu en Cataluña; y en teatro vasco Gabriel Aresti y Salvador Garmendía.
Por lo demás el teatro español se reduce a tres o cuatro nombres que ensayan un teatro crítico y de denuncia. Me refiero a sastre, Buero Vallejo, Lauro Olmo, Carlos Muñiz y otros, la mayor parte de ellos influidos por las ideas de Weiss, Boris Vian, Bretch, Albee, Genet y Camus.
En cuanto al cine, a lo que se ha dado en llamar en España, nuevo cine, es el esfuerzo y la lucha continua por sacar la cabeza del marasmo general en que se encuentra nuestra producción nacional. En el cine español, al igual que en el teatro, se plantea la disyuntiva entre un cine comprometido, con intereses culturales, como arte, con una aportación positiva al espectador, y el cine-industria, como beneficio económico, sin preocupación alguna y ni tan siquiera cumpliendo los mínimos requisitos de un cine de diversión, ya que la calidad del espectáculo no llega ni a la normal de una comedia del cine americano, pongamos por caso. El cine español de la posguerra es nulo si exceptuamos algunos filmes de Sáenz de Heredia o Juan de Orduña. En realidad empieza la escasa filmografía válida con Bardem o Berlanga, que cubrieron un gran vacío en el cine español. Posteriormente, Buñuel, que estaba dirigiendo en Francia, realiza su primera película en España en 1961, Viridiana, ganadora en Cannes. Más tarde nos encontramos con jóvenes directores como Saura, galardonado con el Oso de plata en Berlín, por La caza en el ´66; Manuel Summers, Picazo, Jorge Grau, todos ellos en continua lucha contra la censura española. Un hecho significativo que nos da el ambiente en el que se desarrolla el cine español fue la reunión celebrada en 1969 por un grupo sindical de realizadores cinematográficos, para solicitar del estado la supresión de la censura, dada la inferioridad competitiva en que se veía disminuida la producción nacional con respecto a la extranjera. No se consiguió nada.
En las Conversaciones de Salamanca , nada menos que en el año ´55, es decir hace 18 años, Bardem definió el cine español como:”Políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo estéticamente nulo e industrialmente raquítico”. Si eliminamos algunos de los nombres que acabamos de barajar, la definición, desgraciadamente, seguiría teniendo validez.
Hasta aquí una pequeña ojeada a la cultura española actual, ojeada tan breve, para algo tan extenso, que casi me obliga a pedir perdón, por este forzado resumen de una realidad cultural que exigiría muchos volúmenes para su comprensión clara e imparcial. He intentado dar un punto de vista sincero de un joven universitario y trabajador español, como hay miles en mi país, jóvenes resentidos por el lento avanzar cultural de nuestra nación, retardada en su evolución por motivos de índole tradicionalista, jóvenes que luchan contra el sistema cultural y contra otra gran parte de la juventud que, alienada por los ofrecimientos de la sociedad de consumo española, olvida y detesta todo tipo de compromiso, tanto político como social, religioso o cultural. Hoy entre los mismos jóvenes, existen tendencias opuestas que se enfrentan. Por un a parte la juventud que se ofrece a la sociedad capitalista, indiferente, aburguesada, para integrarse dócil y mansamente en un sistema, conformándose y sin preocuparse por evolucionar, mejorar o revolucionar; eso sí, quejándose luego por costumbre y cayendo en cuatro o cinco tópicos estereotipados, pero sin realizar ningún tipo de acción y mucho menos, interesándose por mejorar algún aspecto social o cultural del conjunto nacional.
Por otra parte hay una juventud con inquietudes, con amarguras reales y con deseos de “hacer algo” (en la medida de lo posible, lo cual siempre es difícil) y que se busca para comunicarse, para aunar sus esfuerzos a través de agrupaciones independientes, a través de ideas y formas de actuación. Actualmente la juventud ha demostrado que puede ser una gran fuerza de choque, pero lo puede ser unida. De ahí el por qué son necesarios y valiosos estos encuentros en los que juventudes de diferentes países e ideologías y creencias se juntan para buscar esa comunión enriquecedora que les unirá.
Y va a unirles de la manera más sencilla y más real: conociéndose a través de los problemas que les aquejan, a través de las formas de vida que mantienen, a través de los condicionamientos que sufren.
México DF, Diciembre 1973
(Programado este Encuentro para llevarse a cabo inicialmente en Santiago de Chile, se efectuó finalmente en México, debido al golpe militar que continuaba derramando sangre de hombres libres, en el territorio de la República de Chile)
(Participaron en el Encuentro: Sociedad de Escritores de Chile (en el exilio); Asociación de Escritores Salvadoreños; Taller Literario Salvadoreño Francisco Díaz; Revista Penélope (Panamá); Revista de Literatura Hispanoamericana de la Universidad del Zulia (Venezuela); Agrupación Hispana de Escritores; Universidad Autónoma de Zacatecas (México); Centro Libre de Experimentación Teatral y Artística de la Universidad Nacional Autónoma de México; Revista Tercera Imagen, del taller de poesía de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México; y la Revista Xilote, del Frente Mexicano de Trabajadores de la Cultura, organizadora del Encuentro. Creándose además la Confederación de Escritores Iberoamericanos y publicándose los trabajos en la Revista Manatí.)
Es difícil hoy en día ser persona, quizá es una de las tareas más necesarias e importantes; recuerdo aquellas palabras de Toynbee en que decía que “el hombre no debía considerar los logros y los avances de la tecnología como el elemento más importante de su cultura. El hombre es un animal social, y su destino depende de la ética, de su norma de conducta para con sus semejantes y del grado en que viva por encima o por debajo de esa norma”.
Por desgracia la superación del egocentrismo constituye una difícil tarea para cualquier criatura viviente, todos estamos muy lejos de vivir en consonancia con nuestros ideales. ¿Podemos perfeccionar nuestra conducta? ¿Podemos hacerlo a escala universal? He aquí la cuestión de la que depende el futuro de la cultura humana; la ética, no la tecnología, es el elemento clave de la cultura. Si la tecnología avanza mientras la cultura y la ética se estanca, el futuro de la humanidad se presenta muy sombrío.
He aquí el por qué existe y debe existir, esa necesidad de comunicación, esa necesidad de encuentros como éste, en donde las gentes puedan conocerse y conocer los problemas, las ideas, las vivencias de personas con diferente sentir, con diferentes formas de pensamiento y acción.
¿De qué sirve poseer los mejores y más revolucionarios medios de comunicación si la información y el intercambio que se nos ofrece a través de esos medios, están controlados, manipulados o falseados? Actualmente una de las tareas principales del intelectual, del escritor, del artista, del trabajador o de las personas simplemente, es la de arrojar claridad, evidenciar ciertos hechos y ciertas circunstancias que se malinterpretan, muchas veces, voluntariamente; palabras que se tergiversan, escritos que se silencian, mentiras que se adornan con un lenguaje cuidado.
Creo que fue Ortega y Gasset quién dijo que la claridad era la elegancia del filósofo, y en nuestro mundo, una de las muchas acciones, que necesitan realizarse, es la de arrojar luz, claridad, que sea a la vez rebelión y denuncia de todo un tenebroso imperio de sombras.
Pero si pretendemos hablar de literatura, de ideas, sería necesario aclarar algunos conceptos sobre lo que es y lo que puede ser la cultura. En primer lugar la palabra cultura se presta ya de por sí a diferentes concepciones, las cuales se hallan, a su vez sujetas, al cambio de las corrientes ideológicas de cada época. En nuestro siglo, todavía perviven, mezcladas, antagónicas ideas de lo que se entiende por cultura; de ahí la necesidad y casi la obligación de definir el tema a la luz de de las recientes teorías sobre cultura, persona y sociedad. Es frecuente, aún, encontrarnos – en las capas más tradicionalistas- con opiniones sobre la cultura, entendida como un conjunto de conocimientos que deben adquirirse, independientemente del uso que de ellos se haga. Es muy triste también observar, como a través de la historia, los conocimientos, la cultura, las ideas, han servido para distanciar a los hombres, para crear separatismos y castas sociales, en las que, los más afortunados, emplearon conocimiento y cultura para oprimir y explotar a quienes, por diferentes causas, no tuvieron los medios, las posibilidades, para alcanzar su nivel cultural.
La historia de la cultura hasta Marx fue – e incluso después de él, todavía persiste – la historia trágica del mantenimiento, difusión y conocimiento de unos logros, que únicamente se anhelaban por el beneficio económico que representaban y el predominio social que de ellos se obtenía; pero también, a través de la historia, hemos ido observando, como han nacido, en cada época, elementos revolucionarios que intentaron que la cultura fuese algo mas que unos conocimientos empleados para distanciar y separar a los hombres. La socialización de la cultura, es decir, la posibilidad de que ésta llegue a todos por igual y en condiciones de libertad, no es solamente una frase bonita en boca de algunos bienpensantes de izquierda.
Después del marxismo la cultura sólo puede ser entendida en función de una aplicación liberadora. Viene ahora a cuento la frase de un gran político y pensador mallorquín: “la cultura por si sola es un adjetivismo, la instrucción y la educación son los materiales pero no el edificio, y el edificio que con ellos se construya lo mismo puede ser una catedral que una cárcel. La cultura por si sola puede ser el instrumento del mal. La simple cultura aplicada a un sujeto de alma excelsa le ayudará a perfeccionar su obra de bien, pero si la aplicáis a un bárbaro negativo no conseguiréis más que dar fuerzas y eficacia a su barbarie”.
Es decir, la cultura no puede considerarse como algo en sí misma, incomunicable, puesto que eso sería nada. La cultura tendrá o no un sentido, será o no auténtica y verdaderamente cultura según el uso que de ella se haga y según la aplicación a las necesidades y exigencias del momento histórico. Es obvio que en una sociedad disminuida por la opresión política, es mucho más necesaria una culturización política encaminada hacía la liberación social que cualquier maravillosa entelequia sobre el fútbol, por ejemplo, por muy sutil y documentada que esté. Y es que la cultura debe ir siempre en función del hombre, en función de la persona y la sociedad, puesto que es un hecho social. El secreto está en el uso de la cultura, independientemente de la extensión o calidad de ésta.
Una cultura será válida, no por la cantidad y variedad de matices, conocimientos o barroquismos que exhiba, sino por el enfoque, la viabilidad y el compromiso que represente respecto a las exigencias y requerimientos de la realidad histórico-social.
Hablando más concretamente del escritor y la literatura dice Jean Paul Sartre: “la obra escrita es un hecho social y el escritor, incluso antes de tomar la pluma, debe estar profundamente convencido. Hace falta, en efecto, que esté muy al tanto de su responsabilidad; es responsable de todo, de las guerras perdidas o ganadas, de las revueltas y represiones, es cómplice de los opresores si no es aliado natural de los oprimidos. Pero solamente porque es escritor, porque es hombre,, tiene que vivir y querer esa responsabilidad y para él es lo mismo vivir y escribir, no por que el arte o la cultura salven la vida, sino porque la vida se expresa en empresas”.
Resumiendo: la cultura tendrá un sentido desde el momento en que se oriente y dirija hacia unas apremiantes necesidades del individuo o de la sociedad, ya sea para denunciarlas o para liberarlo de ellas. La cultura será pues, beneficiosa, cuando cumpla una misión liberadora que le dé un sentido. Lo demás son sutilezas que pueden, según el matiz, agradar o molestar.
José María Castellet, en el Coloquio internacional sobre Novela, celebrado en Formentor, sostuvo la tesis de Elio Vittorini, quién manifestaba que “el novelista – y aquí podemos incluir al artista en general –puede y debe contribuir a la transformación de la sociedad, entendida en su sentido histórico. De esa concepción dinámica y social se desprende un tratamiento realista de los temas novelísticos, una crítica de la sociedad y un compromiso del escritor con el tiempo en que vive”.
Frente a esta concepción de la cultura se han alzado, lógicamente, muchas personas alegando –con frecuencia desde una privilegiada situación social- que ello significaría caer en el determinismo impuesto por las circunstancias y las necesidades sociales del hombre, destruyendo así toda libertad y originalidad en la creación artística. Aunque nada más lejos de lo que antes comentábamos: a nadie se obliga, cada uno es libre de entender la cultura, el mundo, las instituciones y hasta la propia vida o la misma muerte, como le venga en gana. Pero atención: libertad es también responsabilidad, y todo individuo que inicia una comunicación tiene su responsabilidad propia e irreducible frente a ciertos hechos y situaciones. Hoy en día el compromiso y el grado de acción del individuo nos van a dar la imagen clara de su autenticidad o de su valor como grupo.
Al individuo que está escribiendo sobre la belleza de las flores que rodean su jardín y está callado sobre la sangre o el sudor de sus hermanos oprimidos, siempre le acechará la pregunta, la famosa pregunta de que nos habla el Antiguo Testamento: “Caín, ¿Dónde está tu hermano? ¿Quiere eso decir que toda cultura debe ser exclusivamente denuncia crítica y revolución social? Indudablemente en el mundo deberá existir una variedad de ideas, creencias, creaciones y actividades, pero, desde luego, hay algunas que por su dramático cariz, tienen prioridad.
Desde esta perspectiva de la adecuación de los actos a las ideas es desde la que vamos a desarrollar algunos puntos aislados (sin excesivas puntualizaciones que agotarían nuestro tiempo)
De lo que fue y está siendo la cultura española en los últimos años.
Ramón Menéndez Pidal escribía en 1967, con respecto a la problemática cultural española: “Larra, en los años críticos del siglo XIX imaginó la pugna mortal de dos mitades de España que tratan de llevarse mutuamente a la sepultura. Y en verdad, esta trágica lucha entre las dos tendencias opuestas, que gobiernan la vida de todos los pueblos, tradición e innovación, es una constante de la vida española. España, recluida en el aislamiento que le impone su finisterrismo o abierta a las corrientes encontradas de los dos continentes a los que sirve de nudo, no suele encontrar con facilidad caminos de transición entre las dos fuerzas de signo contrario. Creo, sin embargo, que la dura realidad de los hechos afianzará en ellos la tolerancia, valioso don histórico que la experiencia de los más nobles pueblos ha obtenido: suprimir al disidente, sofocar propósitos de vida creída mejor por otros hermanos es un atentado contra el acierto. No es una de las semiEspañas enfrentadas la que habrá de prevalecer poniendo un epitafio a la otra; será la España total, ansiada por tantos, la que aproveche íntegramente todas sus capacidades para afanarse, laboriosa, por ocupar un puesto entre los pueblos impulsores de la vida moderna. La comprensiva ecuanimidad hará posible y fructífero a los españoles el convivir sobre el suelo patrio, no unánimes, que esto ni es posible ni deseable, pero sí aunados en un anhelo común hispánico en que contiendan y se compenetren los dos impulsos de tradición y renovación”.
Bien, esta dualidad de la que nos habla Menéndez Pidal, este tremendo enfrentamiento entre las dos Españas, una tradicional, otra revolucionaria, ocasionará el eje y la base en donde se sustente la mayor parte de la cultura española de posguerra. Ya que hablar de cultura española actual es remitirnos inexorablemente a un condicionamiento inicial y que todavía persiste, marcando hondamente la acción intelectual española del momento; me refiero a la guerra civil de 1936.
Cuando hablemos pues, de cultura española actual, hemos de tener siempre en cuenta, tanto en literatura, como en arte o filosofía, la estructura social en que se han formado las nuevas generaciones españolas. De ahí que empecemos a hablar de la cultura de nuestro periodo de posguerra. Cultura que, como veremos, salvo escasas excepciones, permanece en un aburguesado marasmo de indiferencia y apatía, con muy escasa evolución.
La cultura española actual es, pues, el ejemplo clásico de una cultura de posguerra, con sus problemas ideológicos, políticos y de censura, con sus limitaciones y frustraciones. Es una cultura castrada, una posibilidad que murió y está muriendo siendo esperanza, esperanza que nunca llega.
Quizá el hecho más significativo de este proceso sea el claro exponente de la novela social después del ’36. ¿Por qué novela social española? Pues porque, como dice Pablo Gil Casado en un excelente ensayo, la novela social española contiene numerosas referencias “al estado de la sociedad española y a ciertos aspectos de la vida nacional que podrían llamarse injustos o, por lo menos, indebidos desde el punto de vista de la equidad social”.
Claro que la literatura social española no es privativo y exclusivo de esta época; siglos antes podríamos referirnos a Quevedo o a Torres de Villaroel, quienes con sus admirables sátiras sociales, dieron la medida de lo que podía ser y hacer un escritor comprometido con la situación social de su época. O más cercanos como Moratín, Forner, pasando por el romántico Larra que, descontento con el país y con sus hombres e instituciones, llevó el periodismo a plena dignidad literaria con sus artículos críticos. Larra ha sido unos de los pocos que ha sentido y comprendido a España, nos dirá Azorín en uno de sus ensayos.
Es Larra, después de Quevedo, quien pone al desnudo la crueldad de la vida en torno, ofreciendo al político los hechos y situaciones que deben ser reformados. Es decir, que Larra se mantuvo fiel a ese concepto de cultura comprometida del que posteriormente hablarán Adorno, Brecht, György Lukács, etc.
Carlos Seco, crítico español, dijo muy acertadamente de Larra que su fidelidad a un esquema de pensamiento comprometido le llevaría a romper con el mundo antes que pactar. Podríamos decir que Larra prefirió la muerte a la alienación. De ahí su suicidio.
También antes de nuestra guerra –y digo nuestra no porque haya participado en ella, sino porque gran parte de la juventud española está conociendo, hasta la médula, sus consecuencias- hubo corrientes de pensamiento que llenarían épocas enteras de la cultura. Por ejemplo la generación del ’98, una generación con influencia europeísta, que tiene que ser tomada muy en cuenta a la hora de efectuar un acercamiento a la situación cultural actual. Azorín, Unamuno, Valle-Inclán, Ortega, Baroja, Maeztu, Ganivet, los Machado, etcétera, representan la mayor influencia ejercida sobre nuestra juventud intelectual.
Ya en nuestros días encontramos autores que tratan de la quiebra moral de la sociedad española: Camilo José Cela y Juan Antonio Zunzunegui son dos de los nombres más representativos. Cela con tres de sus mejores obras, La familia de Pascual Duarte, La Colmena y Viaje a la Alcarria, ofrece una crítica, un tanto estética de la sociedad. Mientras que Zunzunegui con Esta oscura desbandada nos habla de la realidad de una crisis. Posteriormente Miguel Delibes, Juan Goytisolo, Rafael Sánchez Ferlosio, José Manuel Caballero Bonald, Jesús Fernández Santos, Daniel Sueiro, Carnicer, Ramón J. Sender, Juan Sebastián Arbó y otros.
En cuanto a las influencias de la novela española, influencias extranjerizantes, mencionar a Hemingway y Steinbeck, pese a que la nueva novelística nacional, sigue siendo, profundamente hispana.
Aparte de la novela social, tenemos una producción poética de hondo sentir social y humano, la llamada generación del ’27; con Pedro Salinas, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, etc. Es una generación que a partir del ’36 dará un giro radical. El mismo Salinas deberá partir para el exilio y su producción inicial, íntima, sentimental, una poesía cuidada como es La voz a ti debida girará hacía una poesía de desasosiego, de angustia y de temor, que se reflejará en su obra Cero. Jorge Guillén es su obra Clamor nos demostrará hasta qué punto puede influir la guerra en la obra de un escritor, de un poeta. Esta generación pondrá de manifiesto que la poesía puede ser un elemento de crítica y denuncia. Por lo demás, algunos escritores de los años cincuenta, se hallan influidos hondamente por las corrientes de la novelística mundial. El existencialismo se hace notar en España, y podríamos decir con Sherman H. Eoff que “en los dos últimos siglos las perspectivas del hombre han sufrido un progresivo cambio que le ha llevado desde la fe en un orden del mundo regido por Dios, a la fe en un orden del mundo regido por el hombre”, con la consiguiente soledad de éste –por no decir desesperanza- al tener que representar un papel que no había solicitado. A España llegan con retraso las ideas de Sartre, Ionesco, Simone de Beauvoir, Camus, Brecht, Gide, Marx –en lo referente a Europa- y también en cuanto a los norteamericanos, como William Faulkner, Arthur Miller y, más recientemente Kerouac y Whitman.
En cuanto a Ibero América la influencia ha sido notable –sobre todo en una generación de jóvenes narradores españoles-; Miguel Ángel Asturias, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Marco Antonio Montes de Oca, José Emilio Pacheco, se han dejado notar en España junto con otros autores de amplia difusión, entre los que destacan: García Márquez, Vargas Llosa y Borges, junto a Bioy Casares, Leopoldo Marechal, Lezama Lima, Neruda, Nicanor Parra, Ernesto Sábato, Carpentier, Onetti, etc.
Todos estos nombres han contribuido a introducir entre las mayorías españolas la literatura iberoamericana; aprovechando las editoriales para hacer creer que se había producido algo realmente nuevo y extraordinario – todo por motivos de publicidad y comercio- cuando en realidad, los escritores de las generaciones anteriores eran también excelentes. La diferencia estriba en que antes las masas no se habían percatado de ello.
Sigamos con España. Nada de Carmen Laforet, La sombra del ciprés es alargada de Miguel Delibes, La Colmena de Cela son obras que van a dejar paso a un realismo fomentado por una de las mejores editoriales de vanguardia española: Seix Barral.
Del ’62 al año ’70 hay un gran vacío en la novelística española, únicamente llenado por obras como Réquiem por todos nosotros de José María Sanjuán, joven escritor ya fallecido, que obtuvo el Nadal con ella; Juan Marsé, autor de Últimas tardes con Teresa y Encerrados con un solo juguete, actualmente redactor de la revista Bocaccio y recientemente galardonado con el premio México de novela; Jesús Torbado, otro de los jóvenes valores de una literatura pesimista, amarga, casi sin esperanza y que se dio a conocer con Las corrupciones García Pavón y Carlos Rojas, éste ganador del premio Planeta ’73 con su obra Azaña. Ana María Matute, Alfonso Grosso y José María Gironella. Al margen de éstos, encontramos una infinidad de voces exiliadas con una novelística extraordinaria; así Sender con su En la vida de Ignacio Morel, premio Planeta ´69, Francisco Ayala, Max Aub, Rosa Chacel, Serrano Poncela.
En lo referente a ensayo, la imagen de Ortega y Gasset, influenciado por el neokantismo de sus años jóvenes en Alemania, ha dejado huella. Ortega resume, junto con Unamuno, parte del pensamiento filosófico español. Puede decirse del primero que creó escuela, una forma de pensar propia y característica. Ortega supo devolver al lenguaje su valor fundamental. Es importante la semántica práctica ejercida por Ortega y devolver a cada palabra su uso adecuado y requerido por la realidad. Después de Ortega tenemos a Julián Marías, Aranguren, Ferrater Mora, Laín Entralgo, Zubiri y, mucho más moderno, Alfonso sastre con sus ensayos sobre la Crítica de la cultura. Tierno Galván, Antonio Jutglar, Santiago Loren, Panniker y Castellet.
Pero donde quizá se noten más las jóvenes tendencias culturales sea en los ambientes regionalistas. Existe en España una unidad política que mantiene una variedad regional. En España, han influido las nuevas tendencias, sobre todo en la juventud universitaria. La proclama hecha por la UNESCO para salvar y fomentar las pequeñas e influyentes culturas ha encontrado un maravilloso terreno en ciertas regiones españolas como Cataluña, Baleares, Vascongadas o Galicia. Este resurgir de las culturas regionales es extraordinario. El joven intelectual español se da cuenta de la necesidad de que pervivan todas estas tradiciones, ideas, formas de pensar y de vivir que han sido durante muchos años, peculiaridad propia de su región. El auge de la cultura catalana en los últimos años no deja lugar a dudas. Existe una juventud comprometida con una tarea, con una labor a realizar que sólo puede ser hecha por esos jóvenes, me refiero a la recuperación –antes de que caiga en el olvido del tiempo y la historia- de unas formas de ser, vivir y pensar, y de un arte, una cultura, una tradición y un folklore propios, autóctonos en cierto sentido. En estos movimientos podemos citar a Josep Carner, a Joan Brossa, Salvador Espriu, Mª Aurelia Capmany, Pedrolo, Calders, Espinás, Josep Plá y más recientemente a Terenci Moix, Xavier Amorós, el mencionado Castellet, etc. Todos ellos con una honda preocupación por la lengua y la cultura catalana. Igualmente sucede con la población vasca, la gallega o la balear, España es una variedad cultural de compleja y variopinta diferenciación.
En Baleares también han surgido elementos representativos de una forma de ser muy parecida a Cataluña o Valencia. Hoy en día en Baleares, existen escritores tan formidables como Blai Bonet, LLompart, Baltasar Porcel, Josep Meliá, A. Serra, Janer Manila, A. Ballester y G. Frontera. De la generación joven todos ellos excepto uno o dos. Una generación que se ha dado a conocer con esfuerzo, en unas islas, que siempre tuvieron fama de desconectadas culturalmente del resto de España. Parece ser que, afortunadamente, se empieza a tomar en serio lo que significan y pueden representar las culturas regionales españolas.
Pero cultura no es solamente arte o letras; en medicina encontramos a psiquiatras preocupados por la realidad cultural e intelectual del país, como Rof Carballo, y Castilla del Pino, o el doctor López Ibor. Entre los críticos y ensayistas más jóvenes: Eugenio Trias, Manuel Sacristán, Comin, Tamames, Francisco Umbral, etc.
España es hoy en día –artísticamente hablando- la poderosa influencia dejada, no sólo en nuestro país, sino en el mundo entero, por los maestros del arte moderno: Picasso, Juan Gris, Miró, Dalí y algunos de tendencia más tradicional y figurativa, como Solana, Nonell, Vázquez Díaz, Francisco Cossío, Benjamín Palencia, Zabaleta, etc. Recientemente no se han producido manifestaciones vanguardistas de ruptura que pueda decirse hayan determinado una dirección en la pintura española; más bien existen individualidades muy fuertes, aisladas, y a veces, con un marcado realismo social, tal es el caso de Equipo Crónica de Valencia o las obras de Fernando Somoza, o Genovés, que presentan en su obra una crítica virulenta de la situación de opresión en que se halla el hombre actual.
En cuanto a la escultura, tenemos la obra de Chillida, premio de la Bienal de Venecia ´58 y que es, hoy por hoy, una de las más claras instituciones del momento escultórico mundial. Junto a él están los interesantes intentos de Berrocal y Andrés Alfonso, este último preocupado y casi obsesionado por la relación entre escultura y urbanismo.
Hablar de teatro español es, como en tantas otras actividades artísticas, hablar de dualidad. Por una parte el teatro comercial, tradicional, de escasa calidad, como la obra de Alfonso paso y las representaciones usuales de los clásicos o de los más actuales como Ruiz Iriarte, Calvo Sotelo, Mihura, etc. Por otra parte, los intentos minoritarios del llamado teatro independiente, en lucha constante con la censura y con el déficit económico, dada la escasa afición y la desgana cultural del país. No obstante hallamos en los últimos años, excelentes adaptaciones como las de Enrique LLovet o los montajes de Marsillach. En cuanto a la creación de teatro puramente español, algunos intentos de teatro regional contemporáneo los encontramos a cargo de Joan Oliver, Josep María Benet y Salvador Espriu en Cataluña; y en teatro vasco Gabriel Aresti y Salvador Garmendía.
Por lo demás el teatro español se reduce a tres o cuatro nombres que ensayan un teatro crítico y de denuncia. Me refiero a sastre, Buero Vallejo, Lauro Olmo, Carlos Muñiz y otros, la mayor parte de ellos influidos por las ideas de Weiss, Boris Vian, Bretch, Albee, Genet y Camus.
En cuanto al cine, a lo que se ha dado en llamar en España, nuevo cine, es el esfuerzo y la lucha continua por sacar la cabeza del marasmo general en que se encuentra nuestra producción nacional. En el cine español, al igual que en el teatro, se plantea la disyuntiva entre un cine comprometido, con intereses culturales, como arte, con una aportación positiva al espectador, y el cine-industria, como beneficio económico, sin preocupación alguna y ni tan siquiera cumpliendo los mínimos requisitos de un cine de diversión, ya que la calidad del espectáculo no llega ni a la normal de una comedia del cine americano, pongamos por caso. El cine español de la posguerra es nulo si exceptuamos algunos filmes de Sáenz de Heredia o Juan de Orduña. En realidad empieza la escasa filmografía válida con Bardem o Berlanga, que cubrieron un gran vacío en el cine español. Posteriormente, Buñuel, que estaba dirigiendo en Francia, realiza su primera película en España en 1961, Viridiana, ganadora en Cannes. Más tarde nos encontramos con jóvenes directores como Saura, galardonado con el Oso de plata en Berlín, por La caza en el ´66; Manuel Summers, Picazo, Jorge Grau, todos ellos en continua lucha contra la censura española. Un hecho significativo que nos da el ambiente en el que se desarrolla el cine español fue la reunión celebrada en 1969 por un grupo sindical de realizadores cinematográficos, para solicitar del estado la supresión de la censura, dada la inferioridad competitiva en que se veía disminuida la producción nacional con respecto a la extranjera. No se consiguió nada.
En las Conversaciones de Salamanca , nada menos que en el año ´55, es decir hace 18 años, Bardem definió el cine español como:”Políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo estéticamente nulo e industrialmente raquítico”. Si eliminamos algunos de los nombres que acabamos de barajar, la definición, desgraciadamente, seguiría teniendo validez.
Hasta aquí una pequeña ojeada a la cultura española actual, ojeada tan breve, para algo tan extenso, que casi me obliga a pedir perdón, por este forzado resumen de una realidad cultural que exigiría muchos volúmenes para su comprensión clara e imparcial. He intentado dar un punto de vista sincero de un joven universitario y trabajador español, como hay miles en mi país, jóvenes resentidos por el lento avanzar cultural de nuestra nación, retardada en su evolución por motivos de índole tradicionalista, jóvenes que luchan contra el sistema cultural y contra otra gran parte de la juventud que, alienada por los ofrecimientos de la sociedad de consumo española, olvida y detesta todo tipo de compromiso, tanto político como social, religioso o cultural. Hoy entre los mismos jóvenes, existen tendencias opuestas que se enfrentan. Por un a parte la juventud que se ofrece a la sociedad capitalista, indiferente, aburguesada, para integrarse dócil y mansamente en un sistema, conformándose y sin preocuparse por evolucionar, mejorar o revolucionar; eso sí, quejándose luego por costumbre y cayendo en cuatro o cinco tópicos estereotipados, pero sin realizar ningún tipo de acción y mucho menos, interesándose por mejorar algún aspecto social o cultural del conjunto nacional.
Por otra parte hay una juventud con inquietudes, con amarguras reales y con deseos de “hacer algo” (en la medida de lo posible, lo cual siempre es difícil) y que se busca para comunicarse, para aunar sus esfuerzos a través de agrupaciones independientes, a través de ideas y formas de actuación. Actualmente la juventud ha demostrado que puede ser una gran fuerza de choque, pero lo puede ser unida. De ahí el por qué son necesarios y valiosos estos encuentros en los que juventudes de diferentes países e ideologías y creencias se juntan para buscar esa comunión enriquecedora que les unirá.
Y va a unirles de la manera más sencilla y más real: conociéndose a través de los problemas que les aquejan, a través de las formas de vida que mantienen, a través de los condicionamientos que sufren.
México DF, Diciembre 1973