viernes, 19 de junio de 2009

Robert Graves. Deià es el Delfos mallorquín.

Julio 1969

Son las cinco, un sol plomizo derrite lentamente el asfalto, la carretera, entre pinares y olivos, serpentea lentamente hacía el pequeño pueblo de Deià. La casa de Robert Graves se halla a unos cuatrocientos metros del núcleo principal de casas que forman el centro de Deià; es sencilla y acogedora, rodeada de un bonito y espeso jardín.
Cuando llego me comunican que Mr. Robert se ha marchado, como tiene por costumbre, a tomar el baño en la recóndita Cala de Deià. A unos pocos pasos se halla el camino, malo, estrecho y lleno de grandes piedras desprendidas de las montañas cercanas; los baches son terribles, haciendo chirriar fuertemente los amortiguadores del coche; después de unos minutos de tensión y malhumor me encuentro, de repente en Cala Deià; es pequeña, de agua muy limpia y transparente, el fondo claro, con piedras en vez de arena.
Me dirijo hacía Robert Graves y lo abordo. Mi primera impresión es de extrañeza, el poeta está sentado sobre un gran guijarro de color gris, con un enorme sombrero pajizo y unos shorts. Recién salido del agua, todavía se deslizaban pequeñas gotas por su delgado y viejo cuerpo.


R. G.- No, los españoles leen poco, muy poco, les gusta más ir a charlar en el café o simplemente, mirar la televisión; la mayoría de españoles, desgraciadamente, una vez que ya han dejado sus estudios leen muy poco; no es extraño que mi obra sea poco conocida en España. Y cuando escribo lo hago con el único fin de purgar mi mentalidad, es una costumbre ya en mi y eso, a mucha gente no le agrada.


E.- Hay una de sus obras que difiere bastante de su línea literaria; me refiero a “El sello que naufragó”, esta obra suya es más ficticia. ¿Por qué esa separación con su línea general?

R.G.- Hace bastante tiempo, mi hijo tuvo un fuerte accidente aquí en Deià, y tuve que llevármelo a Barcelona para que le hicieran un trasplante de piel. Permanecí con él, todo el tiempo que duró su convalecencia, en el hospital y a intervalos iba escribiendo, allí mismo, al pié de la cama; por eso la obra que nació aquellos días, al faltarme datos para consultar y hallarme sin recursos donde buscar, fue puramente imaginativa, esto hace que se diferencie, de una manera tan radical, de mis otras obras.
Otra de mis obras, publicada aquí en España es “Yo Claudio”, está fue una obra forzada por la necesidad económica en que me hallaba; un holandés me “lió” con un asunto de unos caminos, aquí en Deià, luego me dejó en la estacada, tuve que hipotecar mi casa y necesitaba cuatro mil libras en menos de tres meses, escribí la obra, que al fin del año me reportó nada menos que ocho mil libras.


E.- Mr. Graves lleva ya muchos años en Deià; este es un pueblo que tiene fama de reunir a muchos artistas. ¿Por qué vino a Deià?

R. G.- Yo he venido aquí como dirigido. Deià está rodeado por un enorme circuito de montañas, todas ellas tienen mucho hierro, esto hace un campo magnético, como en todos los sitios sagrados del mundo, por ejemplo Delfos. Este campo magnético hace que la gente sea más ella misma, aquí en Deià si uno es bueno, se torna buenísimo, si está loco acaba loquísimo. En mi estancia en Deià durante estos años he conocido cosas muy extrañas.


E.- Y el poeta habla con la mirada perdida en las quietas aguas de la cala, de vez en cuando, coge una piedra y la arroja con suavidad, su hablar es lento, dificultoso, intercala algunas palabras en inglés.

R. G.- Por que, aunque no lo crea, joven, este es un sitio poderoso, a los indígenas no les afecta, ya están acostumbrados. Tres amigos míos se arrojaron en una cisterna gritando: “sálvese quien pueda”, muy poca gente conoce la influencia de Deià en el espíritu. Dicen que a nuestra santa se le apareció, aquí en Deià el diablo, que salió por el agujero del lavadero, de las entrañas de la tierra, mientras ella se lavaba; también se dice que Ramón LLull construyó, aquí en Deià, la primera computadora para demostrar que la mente humana, construyéndola es mucho más potente que la máquina.
Aquí han pasado muchas cosas originales y extrañas. Últimamente vinieron unos hippies, alquilaron una casa y como se comportasen muy mal, la dueña los echó, ellos volvieron al cabo de unos meses, tuvieron un pleito con la dueña y esta tuvo que pagar doscientas mil pesetas; ahora nadie quiere tener hippies en casa, aquí en Deià.


E.- Entre las pausas, Robert Graves habla sin ilación, medio ensimismado a veces; su conversación deriva hacía los temas que a él le bullen en la cabeza, las ideas le salen desordenadas, la mente del poeta es un inmenso recuerdo confuso, sin fechas ni orden.

R. G.- Este año vienen a Deià un grupo de treinta y seis americanos universitarios, amigos míos, ellos dicen que Deià es uno de los sitios más tranquilos del mundo. Yo también lo creo así, esta tranquilidad me ayuda para seguir trabajando; dentro de unos pocos meses, aparecerán seis libros míos, sobre los cuales estoy trabajando ahora.


E.- El sol empieza a declinar en el horizonte, Mr. Graves toma sus zapatillas y su camisa y lentamente, como si absorbiera el paisaje, se dispone a subir el polvoriento camino que le conduce a su casa en Deià. Uno se siente un poco confundido, la conversación que ha sido deshilachada, anárquica y sin reglas, deja un extraño regusto en el espíritu. ¿Será verdad lo del campo magnético y su influencia? Sonrío para mis adentros y me dispongo a marcharme; a lo lejos, en una curva, veo la alta y desgarbada figura de Mr. Graves subiendo hacía Deià. ¿En que extrañas fantasías irá pensando ¿ me pregunto. Mientras el sol se extingue definitivamente en el horizonte.