martes, 1 de julio de 2008

Espiritualidad y lugar


Conferencia presentada en el V Congreso Nacional de Yoga "La espiritualidad del Yoga" celebrado en Montserrat. Febrero 2008.

Espiritualidad y vida.

“El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de donde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu” (Jn. 3,8)

Me gustaría comenzar esta pequeña charla con un sentimiento de gratitud por vuestro interés y vuestra presencia en este Congreso sobre la Espiritualidad del Yoga; un tema, este de la espiritualidad, desgraciadamente cada vez más alejado de nuestras, técnicamente desarrolladas, sociedades occidentales.
Sin duda hay muchos factores que aclaran el alejamiento actual de la espiritualidad y que tienen justificadas explicaciones histórico sociales, que no es ahora el momento de señalar.
Pero sí quisiera referirme a un tipo de alejamiento concreto; y es el que se da cuando no comprendemos o entendemos algo.
El término espíritu ha llegado a tal nivel de complejidad filosófica y teológica a través de la historia, que ha acabado por representar, conceptualmente, algo tan abstracto e inaccesible, que para muchas mentalidades supone una irrealidad, no teniendo cabida, consecuentemente, en el mundo actual y real.
Por eso mismo, cuando hablamos de espiritualidad, se producen, con frecuencia, reacciones enfrentadas; desde aquellos para quienes la espiritualidad es lo más digno, noble e importante del ser humano, hasta quienes no les interesa en absoluto e incluso sospechan de ella como algo inadmisible. Evidentemente un tema que produce reacciones tan opuestas y en ocasiones exacerbadas es un tema que toca el fondo de la persona.
Sin embargo, cuando regresamos a los orígenes y a la etimología de este mistificado concepto, podemos apreciar la “realidad” y “naturalidad” del mismo.
La palabra castellana espíritu, procede del latín “spiritus”- del verbo “spiro”- que significa “aire”, “aliento”, “respiración”, “soplo”, y por extensión “vida”.
Es el equivalente al griego “pneuma”: el aire, soplo o energía que anima la materia. El aire es el símbolo sensible de la Energía invisible. En el Antiguo Testamento el espíritu expresa la fuerza vital del individuo.[1] En el Nuevo Testamento el Espíritu Santo es Aquel en el que todo es, pués llena el orbe de la tierra.
Significativamente en oriente, la palabra “ātmán” también se refiere, inicialmente, al “aliento”, al “principio vital” que mantiene al individuo; como en el alemán actual “atmen”, “respiración”, “respirar”.
Anthony de Mello en su libro Sadhana[2] habla de “Dios en la respiración; sintiendo que el aire que respiras está cargado del poder y la presencia de Dios..... sintiendo que cada vez que respiras estas sostenido por el poder y la presencia de Dios”. Decía este jesuita que “la respiración de una persona es su vida; cuando una persona ha muerto, Dios le ha retirado su aliento.”
Por lo tanto si no hay espíritu, hálito, no hay vida. Por eso la vida, ese tiempo que media entre que nacemos y morimos y en el que crecemos y nos renovamos está sostenida por el espíritu.
Si con algo tiene que ver pues el espíritu, es con la vida.
Y desde esa perspectiva, “espíritu = vida”, quiero enfocar este trabajo. Como una defensa, respeto y dignificación de la vida; tal y como fue entendida desde los tiempos más remotos.

II
Espiritualidad, vida y naturaleza

“El cielo y la tierra tienen la misma raíz que mi propio yo y todas las cosas son una sola conmigo”. (Sêng Chao. Maestro del Budismo Mahâyâna. Siglo V)

La siguiente pregunta que me gustaría plantear es ¿Cómo vivir entonces la vida plenamente? ¿Cómo estar llenos de espíritu?
Es evidente que la vida, inserta en la inmensidad del Cosmos, en la inconmensurabilidad del Ser, tiene un componente de misterio y enigma que nos trasciende y al que las distintas religiones y filosofías han tratado de dar un sentido y una satisfactoria explicación.
Actualmente está de moda la teoría Gaia que nos presenta la tierra como un inmenso organismo vivo que se autorregula; pero la idea no es nueva ni mucho menos. Hoy, se ha puesto de moda, por la urgencia del grave problema que representa la anómala relación del hombre con la Naturaleza y la imperiosa necesidad de rescatar la dignidad de esa tierra de la que formamos parte.
Este saqueo, explotación, deterioro y falta de respeto que tienen nuestras sociedades por la naturaleza, por la vida, incluidos los seres humanos, es algo relativamente reciente, ya que en épocas pretéritas el ser humano era muy respetuoso con el orden y equilibrio que debía mantenerse con la Naturaleza, plenamente conscientes de esa esencia, en la que todos nos hallamos interrelacionados.
Un concepto que define bien esta idea, es el de Ŗtá [3]que pese a pertenecer con diversos nombres, a la tradición indoeuropea,[4] figura bien expresado en el Ŗgveda.
Ŗtá era el orden cósmico total, la ley que todo lo abarca, un orden que debe ser protegido ya que su equilibrio garantiza la buena marcha de todo. Lo “correcto”, lo “apropiado”.Esta ley debía ser cumplida por todas las criaturas. Se trata pués de un concepto que se aplica en el Ŗgveda al Universo y a todos los seres que forman parte de él.
Este orden se manifestaría en todos los fenómenos naturales, como la secuencia de los doce meses del año, las estaciones o la acción ética de los individuos. Gracias a este movimiento ordenado, toda la naturaleza funciona en armonía, como corresponde. Con bastante seguridad influyó en el posterior concepto de dhárma[5] = principio o esencia que mantiene algo según su propia naturaleza; y por extensión: justicia, rectitud, virtud, moral, deber.
En el Ŗgveda se habla de que estas leyes o reglas de Ŗtá las obedecen los hombres y los dioses.[6] Es una ley “eterna”, “sagrada”; porque curiosamente, para “las personas que se unen a Ŗtá las cosas le son propicias”. “Quienes siguen, se unen y observan Ŗtá son sabios y justos. Los vientos soplan suavidad y los ríos hacen surgir dulzura para los seguidores de este orden o armonía cósmica”.
En época de las Upanişáds se habla de “la ley inmutable que subsiste a través de los cambios”.
Este concepto de naturaleza sagrada, es decir merecedora de un especial respeto, lo hallamos en todas las religiones y filosofías. Lao Tsé decía: “Toma el camino correcto y las cosas serán espontáneamente naturales”[7]. Es decir, que los taoístas contemplan el hombre y la tierra como organismos vivos, cada uno reflejo del otro y gobernados ambos por las mismas leyes.
El taoísmo nos habla de la alternancia de los opuestos (Ying/Yang) y de la armonía y equilibrio de estos. La buena sociedad es la que acepta y se rige por estas reglas cósmicas.
Los taoístas chinos, en particular, han conservado intacto un cierto sentido del lugar sagrado, al mantener esa actitud reverente hacía el paisaje y hacía la tierra madre en general. En la cultura china “lo más natural es lo más espiritual”.
Para el Budismo el amor y la compasión hacía todos los seres es una constante de su ideario medioambiental. La cosmología budista Mahāyana explica claramente como la evolución del mundo está intrínsecamente relacionada con la conducta ética de los individuos.
Zen y Yoga comparten esa conciencia de la Unidad Cósmica. En el hinduismo, el Vâstu Śāstrá[8] sostiene que puesto que el ser humano es cósmico, todo acerca de la vida individual debería estar en completa armonía con el Universo.
También las creencias primitivas africanas parten de la consideración del ser humano integrado dentro de la Naturaleza, formando una perfecta comunidad con la misma; para estas, la Naturaleza está dotada de un alma propia y el hombre se considera un elemento más del conjunto.
En el mundo griego clásico, hombre y Naturaleza son parte de un orden más grande: el cosmos. Para el hombre griego comprender la naturaleza era comprender, en primer lugar, la armonía de todo.
Wakan Tanka representaba para los indios norteamericanos el gran espíritu, permanente y estable.
La geomancia y el Feng Shui trataban de la determinación de las influencias que permiten al hombre vivir en armonía con su marco natural.
En la cultura cristiana se da el principio teológico firme de que la Naturaleza es buena y sus leyes esenciales participan de la naturaleza creadora divina. La naturaleza y el hombre participan del acto amoroso de creación de Dios. Dios ha creado, por Bondad e Inteligencia todo lo existente. “Tota natura comparatur Deo” (S. Th. I,II g 1 a 2,c)
Igualmente tanto el Judaísmo, como el Islam insisten en la Naturaleza como creación de Dios y en la necesidad de su respeto.
En la Sura 22:18 del Corán se habla de la Leyes de la Naturaleza hechas por el creador y basadas en el concepto de la absoluta continuidad de la existencia; si se rompen esas leyes, se recibe el castigo.
Y aunque, como hemos visto, para casi todas las sociedades preindustriales la Naturaleza era algo sagrado, ya que en ella se intuía la “esencia del ser”, trascendente que subyace tras las apariencias formales,[9] impregnando la totalidad de las cosas; los estudiosos de lo sagrado siempre se han referido a determinados lugares concretos, que representan mejor que otros, la oportunidad de revelarnos esa esencia misteriosa.
Hay una reacción común del espíritu humano ante determinados lugares naturales, cualitativamente diferentes a otros, son lugares singulares o privilegiados por algún elemento natural, o también por un hecho o un suceso histórico, que les transfiere la cualidad de excepcionales o únicos – como por ejemplo las montañas de Montserrat-.
Esa “diferencia” de un lugar “especial”o “singular” con respecto al lugar “habitual” conocido y cotidiano es lo que le transfiere “asombro”, “temor”, “arrobamiento”o “reverencia”. Estos lugares pasan a ser “puertas”, “signos”, “símbolos” o “señales” de esa dimensión desconocida y trascendente que en ocasiones nos ofrece la Naturaleza.
Y lo que me parece más importante, el hombre no elige un lugar sagrado, se limita a “descubrirlo”, se le “revela” por algo “distinto”.
Mircea Eliade (1907-1986) definió el hecho sagrado como la experiencia psíquica individual que produce en la persona, la revelación de una fuerza en la naturaleza o en un ser. Toda la naturaleza es capaz de revelarse como una sacralidad cósmica.
Para Berger el hecho sagrado es aquella cualidad de poder misterioso e inspirador de temor, externo a las personas, pero que aún así tiene que ver con ellas y que se cree reside en determinados objetos de la experiencia.
En muchos de estos lugares, que como veremos más adelante, comparten características geográficas concretas, independientemente de la cultura que los determina, el chamán, el hechicero, el místico, yogui, contemplativo o sacerdote, encuentran los elementos necesarios – silencio, belleza, ritmo, elevación, retiro, contemplación etc. – que le facilitarán su peculiar vivencia de la “realidad” o “esencia” que subyace tras la apariencia fenoménica del universo.
Estos lugares pasarán a ser en muchas ocasiones, un referente para la comunidad o las culturas subsiguientes. No olvidemos que el templo, santuario, monasterio o āśrama crece, en la mayoría de ocasiones, donde ya existía un espacio sagrado natural. [10]
Hoy, en todo el mundo, los lugares sagrados están en peligro. Están a punto de ser convertidos en yacimientos mineros, rutas, barrios privados, playas de estacionamiento, parques de diversiones, centrales eléctricas y sitios turísticos. La civilización actual tiende a ver a los lugares sagrados como restos de un pasado primitivo, a lo sumo pintoresco, pero en última instancia un obstáculo al progreso económico.
Todas las religiones tienen sus orígenes en revelaciones o inspiraciones recibidas en lugares con cualidades especiales. Quienes entran en un espacio sagrado y pueden percibir ese espíritu del lugar, lo experimentan de distintas maneras: ya como una curación, como una transformación interna, iluminación, o como una sensación especial de poder o conexión con la naturaleza.
Y no deberíamos insistir más: el hombre superior de todos los países y de todos los tiempos ama la naturaleza. Y encuentra, en determinados lugares, la posibilidad de experimentar, con especial intensidad, el misterio y trascendencia que subyace en ella.
Pero cuando los valores económicos desplazan a los espirituales, se pierde el respeto por lo misterioso y trascendente, porque se menosprecia su importancia para la vida.
Teilhard de Chardin decía en uno de sus escritos: “me elevaré por encima de los símbolos hasta la pura majestad de lo Real”…… “Vivo en el seno de un Elemento único, Centro y detalle de todo, Amor personal y Potencia cósmica”.

III
Lugares de transformación

Tradicionalmente, esos lugares de fuerza, en donde la vida y la naturaleza se expresan de forma impresionante, y que han acompañado al ser humano en su proceso de transformación podemos resumirlos en: la caverna, símbolo por excelencia de la interiorización, y su extensión la celda; el agua, símbolo de la purificación y el conocimiento y su extensión en las fuentes, ríos y lagos; el bosque, símbolo de la vida y su extensión en el árbol; la montaña, símbolo de la elevación espiritual y su extensión en el templo, Y finalmente el desierto símbolo del Absoluto; coincidiendo todos ellos en el “desapego” y “fuga mundi” necesarios para ese proceso de transformación y evolución personal que siempre es individual e intransferible.
Caverna o celda, manantial, río o lago, bosque o árbol, montaña, roca, templo o desierto; todos representan el lugar de paso, el aislamiento y la interiorización necesaria para trascender la individualidad y ponerse al servicio de los demás.
“Vive en lugares apartados y procura por todos los medios la tranquilidad de la mente”; dice el Nirvâna Kanda del Yoga Vashishta. “Huye de la gente – escribe San Bernardo en Occidente – huye también de tus familiares, aléjate de los amigos más íntimos.... El que desea oír la voz de Dios que se retire a la soledad..... Esta voz no resuena en las plazas.... Un consejo secreto, requiere una escucha secreta..... Dios no conversa con los que permanecen fuera de si mismos”.

Precisamente uno de los estadios de la vida hindú o āśrama es el de Vānaprastha (literalmente, ermitaño) que se da cuando el padre de familia, comienza a ver arrugas en su piel, canas en su cabeza y al hijo de su hijo, señal de que debe retirarse al bosque o a la montaña para continuar la senda de la perfección.
Aunque incluso en ese tema hay excepciones como el radicalismo itinerante de los sādhús y sanyâsas hindúes tan populares, que prefieren andar de un lugar a otro, mendigando su sustento y disponiendo de su tiempo como mejor les parece.
Veamos a continuación algunos de esos lugares, tradicionalmente facilitadores de la experiencia espiritual; chamánica, extática, mística, transformadora, en definitiva, de la persona.

La caverna:
Independientemente del receptáculo de energías telúricas o ctónicas que representa, como si fuera un gran condensador de energía; simboliza el proceso de aislamiento e interiorización necesario para que el individuo pueda llegar a ser él mismo y alcanzar la madurez; trascender a un plano superior.
La iniciación producida por el proceso de muerte (aislamiento) y re-nacimiento, siendo, es, en ese sentido, arquetipo de la matriz.
La gruta representa pues un pasaje de tránsito desde el mundo subterráneo y primitivo hacía la luz de la iluminación.
En una caverna, según la tradición nacen Jesús y Lao Tsé. El culto a Mitra se celebraba en cuevas bajo tierra. De acuerdo a la mitología china, los seres celestiales descienden en las cavernas.
La celda del ermitaño o del monje, se considera, por extensión, una forma de caverna. Filón de Alejandría nos habla de los anacoretas [11]y terapeutas esenios, numerosos en Egipto, que vivían en “monasteria”[12], casitas o cabañas individuales, algunas sin ventana y rodeadas de un muro; muy parecidas a las matha, barracas o celdas de los ascetas y yoguis hindúes, llamadas también Kutīr.

El agua:
Todos sabemos, que sin el agua no es posible la vida. De ahí que en muchísimas tradiciones la hallemos como el origen de la vida: “todo era agua” dicen los textos hinduistas; “las vastas aguas no tenían orillas” nos señala el taoísmo, “el espíritu de Dios flotaba sobre las aguas”, leemos en el libro del Génesis. La noción de las aguas primordiales es prácticamente universal.
Pero el agua también lava todo, se lleva y quita lo sucio, arrastra la inmundicia, aporta transparencia y claridad; de ahí su simbolismo como regeneración y purificación de faltas, manchas o pecados en distintos rituales mágicos, iniciáticos y religiosos: inmersiones, bautismos, abluciones -como las del Ganges- , aspersiones, etc.
Como lugares espirituales o sagrados los puntos de agua desempeñan un papel incomparable. La sacralización de los manantiales, de los ríos, de los lagos es también una constante de las culturas. En las culturas célticas las aguas eran el lugar de tránsito hacía el más allá; en la India multitud de templos, lugares de ascetas, yoguis y destino de peregrinaciones se hallan en la confluencia de ríos o en lagos de montaña, como el Manasarovar.
El agua, por su claridad es el símbolo del conocimiento que conduce a la perfección para los taoístas, a la sabiduría en las Upanişáds. No tiene oposición, es libre y sin ataduras, fluye siguiendo las circunstancias del terreno.

El bosque:
El bosque es menos fluido que el agua, menos oscuro que la gruta, menos árido que el desierto, pero es un lugar cerrado, silencioso, lleno de verdor y vida, lleno de espíritu; es el hábitat natural inicial.
El Dhammapada budista comenta: “Los bosques son benignos cuando el mundo no entra allí; en ellos el santo halla su reposo”.
En la India, yoguis y ascetas se retiran al bosque. Encontramos toda una corriente literaria espiritual bajo el nombre de āranyakas o libros de la selva.
Los bosques, siempre tocados por el misterio, representaron, para los antiguos pueblos de Europa, una clara manifestación de lo sagrado, y, así, fueron, antes de cualquier edificación, sus primeros santuarios. Estos espacios solemnes, recogidos, umbríos y silenciosos, donde la vida parece no agotarse nunca, llaman a la fascinación de lo arcano, al recuerdo del caos original y, si no al miedo, al menos a un prudente respeto frente a lo que el ser humano no puede dominar, a veces, ni tan siquiera comprender. Buen ejemplo de ello son el bosque de Dodona en Grecia (donde se situaba el, probablemente, más antiguo de los oráculos de Zeus) o el de Broceliande en tierras celtas (hoy Bretaña francesa), un santuario en estado natural, silvestre, que guardó los últimos secretos de Merlín y Viviana y donde la Dama del Lago crió a Lanzarote.
En la gran epopeya hindú del Mahâbârata los hermanos Pandava no se internan solos en el bosque de Kayaka, sino que lo hacen acompañados de brahmanes. Resulta curioso constatar que las altas florestas que verdean en el Mahâbârata están tan pobladas por santos brahmanes como las de Bretaña por santos eremitas.
San Bernardo decía: “Los bosques te enseñarán más que los libros. Los árboles y las rocas te enseñarán cosas que no aprenderás de los maestros de la ciencia”. Los ermitaños medievales son una buena prueba de esta predilección por el bosque que permite el sostenimiento frugal de la vida para el desarrollo de la vía mística o contemplativa.
Una extensión del bosque es el árbol que participa de los tres niveles del cosmos: subterráneo (raíces); superficie de la tierra (tronco) y cielo o altura (copa).
El árbol, especialmente el de hoja caduca, ejemplifica magistralmente el ciclo de la perpetua regeneración de la vida. Tradicionalmente ha sido morada de los dioses. Y especialmente de la diosa.
Dios se aparece a Abraham en las encinas de Mambré (Gen. 18.1). El fresno está consagrado a Yggdrasil en la mitología escandinava. El cedro-nogal de Artemisa de Éfeso. El pino de Atis. El olivo de Atenea. El ashvattha o higuera sagrada de los hindúes. El árbol de la vida del génesis. El árbol Boddhi bajo el que Buda encontró la iluminación, etc. En muchas leyendas los árboles son portadores de frutas que dan o prolongan la vida. Son conocidos en el Hesycasmo [13] cristiano algunos dendritas o ascetas que habitaban en los troncos de árboles. Asimismo no es infrecuente encontrar renunciantes hindúes en pequeños reductos a modo de troncos ahuecados convertidos en lugar sagrado y reverenciado.
Un autor anónimo dijo: “Con los primeros árboles derribados comenzó la civilización y con los últimos árboles derribados, la civilización terminará”.

El desierto:
Es la gran escuela de lo Absoluto, imagen del desapego, austeridad suprema, el vacío exterior; las escasas referencias del desierto lo convierten en el lugar de prueba[14] en donde el ser humano se enfrenta a sí mismo en toda su desnudez. Es la “esencia” más allá de las formas. La prueba intermedia de soledad total – no está el bosque acogedor, ni el agua vivificante, ni la cueva protectora – es el yo frente a la inmensidad, como en el océano. Y en esa inmensa soledad y vacío es donde se hacen más presentes los conflictos interiores, las pasiones de la mente, los miedos, las fuerzas oscuras y ocultas que operan en cada persona.
No es casualidad que en desierto surjan los espíritus malignos[15], lo más negativo de la persona.
Prueba intermedia de soledad y purificación temporal antes del contacto y la enseñanza a los demás. Aquí se hace patente el viejo lema en su máxima expresión: “vence quién se vence”.
Lugar propicio, tradicionalmente, para las revelaciones personales (Moisés, David, Juan Bautista, Jesús, Buda, Confucio, Mahoma) que se dan en el alejamiento interior.
Pero también lugar necesario de aislamiento. Tenemos infinidad de ejemplos en el Nuevo Testamento en que Jesús se retira “a un lugar desierto”[16] o lleva a sus discípulos “a un lugar despoblado”[17]

La montaña.
La montaña es también otro centro de aislamiento y meditación, opuesto, generalmente, al llano donde habitan los humanos.
La ascensión a la montaña es el símbolo de la fuerza y la superación personal; el despegue de la esfera cotidiana y la elevación hacía el cielo Absoluto. Es el progreso hacía el conocimiento de sí mismo. Pero la montaña también puede revelarnos la idea de una “existencia absoluta” y “permanente”, más allá del espacio limitado y corto del tiempo humano. Inmortalidad, estabilidad, permanencia.
Este símbolo cósmico, encuentro entre cielo y tierra, presente prácticamente en todos los pueblos y culturas, es uno de los lugares espirituales mas frecuentado a donde se retiran ascetas y místicos y en donde se realizan acciones de gran significado, es donde se produce el encuentro con la divinidad que está en “lo alto” y actúa “desde lo alto”. De alguna manera la lejanía e inaccesibilidad del cielo, simboliza la trascendencia. Conviene recordar que la palabra española “altar” viene del latín “altare”: lugar o cima elevada de los sacrificios.
Sería interminable la relación de montañas con un contenido espiritual o religioso evidente: El monte Meru y Kailash en la India; el monte Sinaí, el Fujiyama en Japón – cuya ascensión requiere una purificación ritual-. El Olimpo griego, el Kilimanjaro en África. El monte Tabor, el monte de los Olivos, el Gólgota, etc. por poner sólo unos pocos ejemplos bien conocidos.
Para los africanos las montañas son frecuentadas por espíritus y fuerzas ocultas.
Las montañas son queridas a los dioses: Shiva por ejemplo, entre cuyos epítetos está el de Girischa o señor de la montaña. Parvati otra diosa hindú vinculada a la montaña. Cibeles en Occidente, etc.
Los hititas tenían curiosas representaciones del dios o espíritu de la montaña.
Hay santuarios famosos en todas las culturas y religiones asociados a las montañas: El Potala tibetano; el monte Athos griego, Machu Pichu en Perú. El mismo Montserrat donde nos encontramos; que siguen perdurando en nuestro tiempo. Algunos autores se refieren a determinadas montañas artificiales como los Zigurat mesopotámicos, las pirámides egipcias y mayas. Incluso el templo es considerado una prolongación o extensión de la montaña.

IV
El lugar para la práctica del Yoga en Oriente

Dejando de lado las generalidades que hemos ido presentando a través de las diferentes culturas y religiones vamos a centrarnos en el detalle y las características concretas que debe reunir un lugar para la práctica del yoga y por extensión para las prácticas meditativas o contemplativas según algunas tradiciones de Oriente y Occidente; que como veremos, aúnan y conjugan diversos elementos de los que hemos tratado anteriormente.
En Oriente y concretamente en la India existe una poderosa corriente ascético-yóguica, que está más allá de toda filiación concreta y que se remonta sin duda a un sustrato chamánico de tiempos arcaicos.
Diversos textos clásicos de India nos hablan de las características que debe poseer el lugar para la práctica yóguica, y que, escuetamente podrían resumirse en aquella frase del Yoga Vâsishtha que recomienda al yogui que “viva en lugares apartados y procure, por todos los medios la pacificación de su mente” (Nirvana Kanda).
Ahora bien, bajando al detalle, encontramos algunas sugerencias básicas, tanto en diversos Upanisads como en la Bhagavad Gîtâ, el Gheranda Samhita o el Hatha Yoga Pradîpikâ que resumimos brevemente y en donde es fácil apreciar influencias cruzadas y copiadas entre los diversos textos.

La región o el país donde practicar:
“Una región donde impere la justicia, la paz y la prosperidad” (H. Y. P. I-12)
“Un buen país, con un gobernante justo, donde la comida se consiga con facilidad y no haya disturbios” (G. S. V-5)
“No debe ser un país distante porque se pierde la fe”…..”Pero sí un lugar apartado” (G. S. V, 4-7).

El paraje debe ser:
“Llano y puro, libre de piedras, fuego y arena, que por los rumores del agua y estanques, sea favorable a la mente, que no irrite la vista y protegido del viento por alguna gruta” (Svetasvatara Up. II-10).
“Un lugar retirado, en soledad” (B. G. VI, 10-14).
“Libre de piedras, agua y fuego” (H. Y. P. I)
“La zona no debe ser alejada, ni en un bosque, ni en medio de una ciudad o multitud, ya que en estos casos no se obtiene éxito. En un bosque se está indefenso, en medio de una aglomeración expuesto a la curiosidad general. Hay que evitar estos lugares” (G. S. V, 3-4).

El edificio para la práctica:
Así lo describe el (H. Y. P. I-13)
“Se debe practicar Hatha Yoga en una pequeña y solitaria ermita (matha o Kutir), debe tener una pequeña puerta, “que sea estanca” matiza el Yoga Tattwa Upanisad, y carecer de ventanas. El exterior debe ser agradable con una entrada (manpada) una plataforma elevada y un pozo de agua; el conjunto debe estar rodeado de un muro. El piso ha de estar nivelado, sin hoyos, sin ser demasiado alto ni demasiado bajo y ha de conservarse muy limpio y libre de insectos. Estas son las características de la ermita descritas por los Siddha del Hatha Yoga.”

El (G. S. V-5) por su parte comenta: “debe construirse una cabaña pequeña, protegida por muros a su alrededor; en medio del recinto se perforará un pozo y se cavará una cisterna. El lugar no será ni muy elevado ni muy bajo, permaneciendo libre de insectos (parece ser que el tema de los insectos en la India era un auténtico obstáculo para la meditación). El edificio se recubrirá completamente con estiércol de vaca” (es un buen aislante térmico y además insonoriza). El Yoga Tattwa Upanisad matiza además que “hay que barrerlo bien todos los días, perfumar con buenos olores y quemar incienso”.

Respecto al asiento para la práctica:
La mayoría de los textos recomiendan que esté confeccionado con hierba Kusa (una gramínea sagrada de hojas fuertes que se utiliza en ceremonias religiosas – Poa Cynosuroide-, una piel de antílope o tigre y una manta o tela, una sobre la otra” o bien “directamente sobre la tierra con la cara girada al Norte o al Este”, detalle, este último, que sólo especifica el (G. S. 5-33)

Únicamente el Yoga Dársana Upanisad comenta que el yogui “debe instalarse en un ashram (monasterio) situado en un lugar agradable, en lo alto de una colina o a orillas de un río o en un bosque”.

En ese lugar como dice la (B. G. VI, 10-14) el yogui ha de practicar con constancia para equilibrar su mente, con el pensamiento y el cuerpo controlados, sin esperar nada, sin ambicionar nada……… Con la mente centrada en el Ser, como meta suprema, se quedará en contemplación”.

V
El lugar para la meditación y la contemplación en Occidente

En Occidente y para no extendernos más, una figura recoje básicamente, la idea del lugar adecuado para la contemplación y el crecimiento espiritual: el ermitaño y posteriormente el monje.
El movimiento de estos ascetas[18] solitarios se puede remontar a los hesycastas del Sinaí y Constantinopla, así como los primeros ermitaños de Egipto, cuya tendencia inicial es identificar las condiciones externas con su reflejo en la mente. Básicamente, estos ermitaños tenían como programa de vida:
· La soledad o huída del mundo.
· El silencio que conduce el alma a los estados místicos
· La eliminación de todos los pensamientos que pueden perturbar la tranquilidad del alma.
Conocemos un famoso texto de los hesycastas sobre la “Sobriedad y guarda del corazón”[19] que dice: “Siéntate en una celda tranquila, en algún rincón remoto y haz lo que te diga: cierra la puerta, eleva el espíritu por encima de cualquier objeto vano y temporal. Luego apoya la barba en el pecho, dirige la mirada del ojo corporal con toda tu mente a la parte media del vientre, es decir al ombligo, retén la respiración del aire que pasa por la nariz, de manera que no espires con facilidad y busca mentalmente dentro de tus vísceras para encontrar allí el lugar del corazón……… porque fue dicho: siéntate en tu celda y esta te lo enseñará todo”.
Ya en la Edad Media, surgen por toda Europa, potentes movimientos ascéticos y contemplativos, que nos hablan del entorno adecuado para vivir la vida monástica, con reglas muy precisas.
San Benito (480-543) que inspirándose en las celdas solitarias construidas en el desierto de Palestina por los ermitaños.
San Bruno (1030-1101) y la idea de la cartuja.
San Bernardo de Claraval (1090-1153)
Un ermitaño muy conocido en nuestro entorno cultural fue Ramón LLull, de quién su mujer Blanca de Picany decía que “su marido se había hecho tan contemplativo que no se ocupa de la administración de sus bienes temporales que se están perdiendo y destruyendo.”
Ramón Llull, muy influido por ese gran eco-místico occidental que fue San Francisco de Asís y por los sufíes árabes; en una de sus obras más conocidas: “Blanquerna”, nos ofrece un trasunto autobiográfico de la estancia de su autor en el delicioso paraje de Miramar en la costa norte de Mallorca; en donde fundó un colegio de lenguas orientales y de la vida eremítica que llevaba. Me parece, especialmente interesante la inmersión contemplativa en la naturaleza del lugar para llegar a su elevación espiritual: “Se levantaba a medianoche para contemplar en los astros del cielo a su Amado y en Él se recreaba al amanecer, dilatando la vista por montes y llanuras. Y por la mañana cultivando su huerto y por la tarde meditando al son de la susurrante fuente….”

VI
La espiritualidad y lugar de práctica yóguica hoy

Es el momento de bajar al aquí y ahora, al marco social de nuestras sociedades industriales en las que vivimos y en donde la mayoría de las veces disponemos de un escaso margen para elegir el lugar de la práctica yóguica, que de alguna manera, nos viene impuesto a los profesores; me estoy refiriendo, concretamente, a lugares como: Gimnasios, Aulas de tercera edad, Casales culturales, etc.
Como sugerencia básica, yo propondría, siempre que podamos, llevar el yoga a la Naturaleza, en forma de encuentros, seminarios, intensivos, etc., alejándolo de la contaminación pránica y acústica de la mayoría de las grandes ciudades. El yoga nación en la Naturaleza y en ella está su marco de referencia esencial, aunque posteriormente los monjes la recluyeran en ashrams y monasterios.
También hay que saber decir “NO” ante determinadas propuestas y ofrecimientos para practicar yoga en lugares que por sus propias características son del todo inapropiados. Ahí los profesores tenemos una gran responsabilidad, ya que ceder a estos requerimientos e no conceder al yoga la importancia y seriedad que esta disciplina merece.
De todas maneras las cosas nunca son totalmente blancas o negras, frecuentemente nos movemos en una zona de tonos grises en donde el lugar no es tan desastroso como para imposibilitar la práctica, ni tan ideal que satisfaga todas nuestras exigencias.
La cuestión devendría entonces en ver que elementos pueden ayudarnos a conseguir, que esos lugares, puedan mejorar sustancialmente.
Todos estaríamos prácticamente de acuerdo en una serie de elementos que sin duda, favorecerían el ambiente del lugar de práctica: un cierto silencio, una iluminación atenuada, un pequeño rincón en el que tengan cabida flores, piedras, agua o tierra de algún lugar natural especial; la imagen de un maestro o guía espiritual, velas, bastones aromáticos, cuanto más naturales mejor, sin excesiva química, algún pañuelo oriental, música agradable, etc. etc.
Pero todo eso, que indudablemente puede ayudarnos a crear un clima propicio, no es lo fundamental. Tenemos que ser conscientes de que cualquier lugar deviene en espiritual cuando en este se mantiene la actitud personal o grupal correcta: Amor, alegría, paciencia, bondad, generosidad, humildad y dominio de sí mismo. Cuando se actúa siempre en forma de que se creen nuevas posibilidades nos estamos abriendo a la espiritualidad, a la vida. La verdadera espiritualidad no es escapismo, no es altiva, no desprecia, ni perjudica a nadie.
Y esto me lleva a retomar el discurso en donde lo inicié: espiritualidad igual a vida plena. El auténtico lugar espiritual se halla en el interior de cada uno y en la proyección de sus actos de amor y compasión hacía los demás.
Por que me parece fundamental recordar, que si bien es cierto, que en ese proceso de crecimiento personal, es necesario en ocasiones un cierto lugar “apartado del mundo”, el asceta, el místico, el iluminado no renuncian, jamás, al amor y la compasión en el mundo real, diario y cotidiano .
El Ashtávakra Gíta dice: “el iluminado no evita las muchedumbres ni evita la selva. En todos los estados y lugares permanece impasible”[20]
Hoy en día, los tiempos de silencio y contemplación corren el riesgo de desaparecer, pero, si desaparecen, con ellos perderemos una parte importante de nuestra humanización, de nuestra espiritualidad. Nos perderemos a nosotros mismos en el frenesí de estas sociedades depredadoras que proponen la actividad productiva como meta última de la persona.
Como dice José Mª Castillo en su recomendable libro “Espiritualidad para insatisfechos”[21]:“No puede servirnos una espiritualidad que entre en conflicto con lo auténticamente humano ya que vivimos las experiencias espirituales en un cuerpo y en una sociedad”
Evidentemente, se hace necesario y urgente reivindicar una espiritualidad de la sostenibilidad planetaria y humana, más allá de las tendencias concretas, sectarias o integristas; una espiritualidad orientada a la plena existencia humana, en el mundo y con los otros seres vivos. Una espiritualidad auténtica que nos recuerdan las sencillas, profundas y universales palabras de Albert Schweizer: “sólo soy vida, que vive entre vida, que quiere vivir.”
Muchas gracias por vuestra atención.
NOTAS.

[1] Jue, 15, 19
[2] A. de Mello. Sadhana. Ed. Sal Terrae. Santander. 27 edición.
[3] Hanna I. Ch. de Chelmicki: “Concepto de Ŗtá en el Ŗgveda” Ilu. Revista de Ciencias de las Religiones, nº 4. Págs. 25-56. 1999
[4] Compárese con el asa iranio y el sustantivo griego areté: correcto, ordenado.
[5] Ŗtásya dharman: “de acuerdo al orden establecido por Ŗtá”.
[6] Ŗtásya vrata: “los caminos de la sagrada ley”.
[7] Lao Tsé. Wen Tzu, 11
[8] Tratados sobre el lugar donde se ha de vivir.
[9] La etimología del término latino “sacrum” proviene de la raíz indoeuropea *Sak = real, realidad; en relación con el verbo “sancire”. Y algo es real en la medida en que se conecta con su fundamento originario. Similar al griego Arke, principio esencial constituyente de todo lo que existe.
[10] Como tantos lugares paganos célticos de Europa, transformados en lugares de devoción o peregrinaje por la iglesia católica cuando inició su expansión social de dominio.
[11] Del griego “anachoresis”: separación, retiro.
[12] Del griego “monos”: uno sólo.
[13] Del griego hesychia: tranquilidad, paz.
[14] Os. 2.14. Mateo 4, 1 y ss.
[15] Mateo 12.43
[16] Marcos. 1, 35-46. Lucas 4,42.
[17] Marcos. 6,31,32,35
[18] El verbo askeîn y el sustantivo askeis significan “ejercicio” y por extensión cualquier práctica, tanto física como psicológico-moral. Aunque me parece importante señalar que la ascesis nunca es un fin en sí misma, sino que está al servicio de un objetivo a conseguir.
[19] Atribuido, por error, a Simeón en nuevo teólogo, cuando realmente su autor era Nicéforo, un monje calabrés del monte Athos.
[20] Cáp. XVIII. Vérs. 100.
[21] José Mª Castillo. “Espiritualidad para insatisfechos”. Ed.Trotta. 2007