martes, 1 de julio de 2008


Conciencia y Yoga


Pocos conceptos han sido, en la historia del pensamiento humano, tan analizados, debatidos, controvertidos, manipulados y manoseados intelectualmente, tanto en Oriente como en Occidente, como el de la conciencia.
Filosofía, Teología, Medicina, Psicología, Antropología, etc. han ido facilitando sus aportaciones a tan escurridizo término.
La palabra castellana conciencia o consciencia, [1] se define habitualmente en los diccionarios al uso como: “Conocimiento que el espíritu humano tiene de sí mismo. Facultad que hace posible ese conocimiento. Facultad considerada como censora de los propios actos”. [2]
Derivada del latín “conscientia”, se forma a su vez con dos palabras latinas, “cum”= con y “scire”= saber.
Desgraciadamente, el uso incorrecto de este concepto ha motivado que cuando nos acercamos a su sentido y significado veamos que es enorme su abanico explicativo, agravándose la cuestión por el uso de una terminología especializada, en ocasiones muy poco clarificadora.
Lo cual no es de extrañar, pues es fácil apreciar como se identifica el propio concepto con los elementos o consecuencias de ese concepto.
Disponemos de sinónimos como: “conocimiento”, “saber”, “reflexión”, “introspección”, “darse cuenta”, y un largísimo etc.
Así es frecuente oír: “tiene plena conciencia de lo que está haciendo” o “ha perdido la conciencia de lo que le rodea”.
Pero, ¿Qué es, lo qué es consciente en nosotros? ¿Donde se localiza la conciencia? ¿Sólo hay conciencia si existe sistema nervioso? ¿Somos siempre conscientes de lo que nos ocurre o de lo que nos rodea? ¿Hay distintos niveles de conciencia? ¿Siempre hemos tenido la misma conciencia? ¿Cual es el origen de la conciencia? ¿Existe una conciencia universal?
La cuestión, como fácilmente puede apreciarse, tiene muchísimas lecturas de las que aquí intentaremos perfilar el simple boceto de una opinión personal, sobre un tema abierto y en pleno debate actualmente.
Hemos dicho que disponíamos de multitud de sinónimos para el término “conciencia”, pero también poseemos multitud de antinómicos como “inconsciencia”, “desconocimiento”, etc. e incluso paranomásicos como “subconsciente” y otros muchos empleados erróneamente: “meditación”, “reflexión”, “contemplación”, etc.
Cuando uno sabe perfectamente lo que hace, con solidez y profundidad decimos que “lo sabe a conciencia” o que su trabajo está hecho “concienzudamente”. Diferencia entre “saber” y “conocer” en la que mas adelante nos extenderemos.
Eso sin entrar en su otra acepción, relacionada con el plano moral, como facultad censora y directriz de los propios actos; así decimos, que una persona “no tiene conciencia” cuando obra mal, despiadadamente, con indiferencia. Que tiene “mala conciencia”, o que quiere “descargar su conciencia”por que se ve aquejada por el remordimiento de una acción inconsecuente o contraria a sus creencias y valores. Decimos popularmente que en el fondo “le remuerde la conciencia”. Y en el plano opuesto, cuando una persona duerme en paz y está tranquila, solemos decir que “tiene la conciencia limpia”.
Incluso conocemos un aspecto “social” del término, como es tener “conciencia de clase”, “conciencia feminista” etc. o “tomar conciencia” ante un problema medio ambiental, por ejemplo. En estos casos se aprecia cierto conocimiento de incumbencia común, para un grupo o conjunto de grupos sociales.
A lo largo de la historia se han dado muchísimas interpretaciones de la conciencia.
En la línea más espiritualista, la conciencia era algo inherente al alma humana e independiente del cuerpo, como sostuvieron Pitágoras y Platón; o una especie de “sustancia pensante” independiente del cuerpo como afirmaba Descartes en el siglo XVI.
Mas modernamente C. Gustav Jung (1875-1961) nos hablaba de un “inconsciente colectivo“, constituido por arquetipos o formas psíquicas poderosas, adquiridas por la especie humana a lo largo de su existencia. Para Jung el “espíritu” era el aspecto dinámico del subconsciente.
Otro autor Myers( 1903) nos habla de una “ conciencia subliminal” y su distribución en un espectro semejante al electromagnetismo, idea retomada recientemente por Ken Wilber ( 1991).
En la misma línea espiritualista existen muchísimos trabajos sobre “conciencia extra sensorial” del tipo “experiencias fuera del cuerpo”, “telepatías”, “videncias”, “ondulaciones del éter”, “campos para psíquicos o bio magnéticos”, “psicokinesis”, “ energías sutiles”, etc. aunque, de momento, en esta área no se ha respondido a la naturaleza de la interacción psicobiológica que uniría esta conciencia con el mundo objetivo; ya que la conciencia implica unos procesos cognitivos, a través de los cuales, la información es captada por los sentidos y transformada, de acuerdo a la propia experiencia, en material significativo para la persona, almacenándose en la memoria. Dichos procesos abarcan: sensación-percepción; atención-concentración; memoria-pensamiento, lenguaje-inteligencia. Las sensaciones se captan a través de los receptores sensoriales (vista, olfato, oído, gusto, tacto) que estan localizados en órganos específicos del cuerpo. Por eso, cuando algunas culturas hablan de tranmigración o metempsicosis, es decir del traspaso de la conciencia a otro cuerpo físico, después de la muerte, sólo cabe preguntarse ¿Como se produce, si los receptores sensoriales que determinan los procesos cognitivos y la conciencia están en órganos corporales?
Como decía Güzeldere en 1996 [3] “Conciencia es el nombre de una no-entidad, y carece de entidad entre los primeros principios. Aquellos que todavía se aferran a ella se aferran a un mero eco, al débil rumor dejado por el “alma” que desaparece en el aire de la filosofía”.
En una época pre-científica la “conciencia” era considerada como una realidad ontológica, separada del cerebro y relacionada con el alma. En épocas más recientes la opinión científica, mayoritariamente sostenida, es que la ciencia, va atribuyendo a procesos cerebrales, aquellas presuntas funciones de la conciencia, tradicionalmente insertas en el alma.
En la línea materialista John Locke (1632-1740) no admitía la existencia de “ideas innatas”, la mente era como una “tabla rasa” y las ideas surgían de las experiencias sensoriales. A través de la reflexión se pasaba de las ideas simples a las complejas y con este principio ponía los fundamentos a la “psicología cognitiva” que pretende explicar la conciencia en términos de “ teoría de la información”, según los distintos niveles de información procesados por el cerebro: sensación, percepción, conciencia, contenido de conciencia, experiencia subjetiva, autoconciencia, etc.
Para esta tendencia la mente sería, simplemente una máquina procesadora de información.
Claro que asociar la conciencia sólo con la información o el conocimiento, sin analizar la manera en que se accede a ese conocimiento, sería un enfoque muy simplista o reduccionista de la cuestión, entre otras cosas porque no siempre tenemos conciencia de esos procesos mentales. Así lo demostró Sigmun Freud (1856-1939) cuando descubrió los complejos procesos que ocurrían en nuestro cerebro a nivel inconsciente.
Evidentemente, la realidad es mayor que la capacidad humana para captarla conscientemente, es decir que captamos y procesamos conscientemente, dándonos cuenta, “una parte de la realidad”, normalmente la que se halla en nuestra área de interacción. Mientras captamos inconscientemente, sin darnos cuenta, parcelas infinitamente más amplias de esa realidad, en la que estamos inmersos, como parte de ella que somos.
Por eso me parece fundamental hablar, más que de la conciencia como un “ente”, hablar de la conciencia como una serie de unidades de información, del complejo proceso de relación del individuo con la realidad, sintetizadas en la base material del cerebro, que asumen, según las circunstancias, diferentes tipos y niveles. Actualmente hablamos ya de “conciencia corporal”, “conciencia espacial”, “conciencia emocional”, “conciencia moral”, etc. para referirnos a ese extensísimo campo procesual de información [4]que puede variar muchísimo según las vivencias de la persona.
En Oriente también encontramos diferentes interpretaciones y líneas de actuación, tanto materialistas como espiritualistas.
Para el Budismo por ejemplo, muy en línea con la actuales corrientes científicas, no existe la idea de un “yo consciente, permanente e inmutable”ya que según la doctrina de los “agregados”, la persona está formada por materia (corporalidad), sensaciones, percepciones, formaciones mentales y conciencia, pudiendo ser esta última visual, gustativa, olfativa, táctil y mental, pero se trata de “un proceso en flujo constante” y no hay un núcleo o yo que permanezca tras la persona.
En cambio para el budismo tibetano, más anclado en teorías pre-científicas y mágicas, existe independencia entre cuerpo y mente, pudiendo la “conciencia” sobrevivir a la muerte, incluso ser guiada por un lama con el Bardo Todol a la cabeza del muerto.
Centrándonos en el mundo del Yoga, es, concretamente en los Yogasutras de Patañjali donde podemos hallar una psicología profunda de la conciencia.
Patañjali dice, con una sencilla y magistral claridad, que al cesar las fluctuaciones mentales aparece el “sí mismo” o la “conciencia pura” que nada tiene que ver con la actitud mental. [5] El ser humano estaría atrapado en una confusión psico-mental, en una aprehensión aparente de la realidad debido a la distorsión de la realidad que produce el propio “proceso mental”. Lo que se define tradicionalmente como “Mâyâ” o “ilusión”. Los propios pensamientos producen, con sus procesos discursivos, con sus esperanzas y apegos, repetidos y mantenidos por los hábitos y las tendencias mentales, esclavitud y confusión.
La mente, dominada por el “ego” o falso “yo” impide que captemos la realidad tal cual es, no podemos acceder a la conciencia “pura y directa de la realidad”. Nuestros procesos mentales “interpretan la realidad”, por eso sólo mediante un proceso meditativo, denominado por el Yoga [6] Samyana (control mental) se trabaja Ahankâra (conciencia del yo individual) con Dhârana (concentración), Dhyâna (meditación, en sus distintos niveles) y Samâdhi (interiorización profunda), accederíamos a un “estado no ordinario de conciencia” que nos permitiría captar la realidad tal cual es, en un presente continuo. Pasando del “conocer teórico” al “saber real”.
Es pues una constante en las filosofías orientales que es posible acceder a un estado de conciencia no ordinario, [7] evolucionando desde lo más grosero a lo más sutil. Así lo propugnan los ashtânga del Yoga de Patañjali mediante un trabajo a nivel ético-emocional (Yamas y Niyamas), a nivel físico (Âsanas y Shat Karmas), a nivel energético (Prânayamas), a nivel sensorial (Pratyâhâra) y a nivel mental (Samyana).
Parece ser que en tiempos prehistóricos, en un periodo a-léxico, es decir, antes de la aparición del lenguaje y la escritura, los seres humanos vivían “sabiendo” lo que tenían que hacer, casi instintivamente. Integrados en un orden natural[8], en una especie de Edad de Oro perdida, de la que nos hablan muchos textos clásicos de culturas diversas; esos humanos poseían la habilidad necesaria para “hacer con precisión”, eran capaces y “sabían sentir y vivir” la realidad total de la que formaban parte en un estado de certeza. Poseían una mente bicameral en donde hemisferio izquierdo y derecho funcionaban con una precisa interacción, “en unión”. que permitía una aprehensión directa de la realidad.
Con la aparición del lenguaje, la escritura y la civilización parece ser que el hemisferio derecho aumentó sus niveles de “representación de la realidad”, rompiendo o cambiando la interacción bicameral de los dos hemisferios, perdiéndose o modificándose esa “unión”.
No se da ya una aprehensión directa de la realidad sino una “representación de la realidad”[9]. Se tienen ideas, conceptos, símbolos de cosas. Se “conoce como hacer” a través del estudio, el lenguaje, la escritura. Aparece otro tipo de conocimiento en cuanto “estado de posesión de representaciones” y por supuesto, aparece la Historia.
El relato bíblico del mito de la expulsión de Adán y Eva del Paraíso ejemplifica muy bien, lo que debió ser este largo proceso de la humanidad.
Los primeros “seres vivientes” permanecían en un feliz, presente continuo, sin deseo, en placer, “vivían en el Paraíso”. El “conocimiento” les estaba prohibido. Sabían lo que hacer y permanecían en la armonía natural del cosmos, con la vida y la muerte.
La serpiente introduce la “disgregación”, al comer del árbol de la ciencia, se adquiere el “conocimiento”[10], la “disquisición”, el “libre albedrío”; pero se pierde el “saber”, la “totalidad”, la “unión”.
El “saber” se pierde con el “conocimiento”.
Cuando aparece el lenguaje y la escritura, la ley que hace al sujeto también lo sujeta a una “representación de la realidad”. La representación de un mundo análogo.
Pasar de nuevo, del “conocer” al “saber” sería todo un proceso de búsqueda de la “unión” perdida, en donde el Yoga (Yug = unión) como método experimental de desarrollo y crecimiento integral de la persona, tendría mucho que decir.
El saber, como el “sabor” o “probar las cosas”, trasciende la “representación analógica” y de ahí la “sabiduría” y el “sabio” que realmente sabe, porque está en lo real. Saber y verdad se confunden. No se trata de tener “conocimientos” o “representaciones analógicas”, sino de recuperar la “sabiduría”[11], ese estado de conciencia de profunda lucidez en la realidad, aquí y ahora, en cada momento.
El estado de “jîvanamukta” cuya sabiduría no se ve enturbiada por los procesos mentales, es muy parecido a un “loco”[12] o a un “niño”; el liberado en vida, como decía Mircea Eliade” vive un presente eterno fuera del tiempo, pues no goza de la misma conciencia personal alimentada por su propia historia, sino de una conciencia testigo. Lucidez y espontaneidad puras.”
¿Cómo sería ese estado? No sabemos, pero probablemente está muy cerca del “Chitta Vritti Niroddha”, que hallamos en el yoga clásico de Patañjali.
Resumiendo y con la cantidad de matices que hemos visto, mas que referirnos a la conciencia como “un ente”, parece oportuno referirse a esta como esa serie de unidades de información, del complejo proceso de relación del individuo con la realidad, que sintetizadas en la base material del cerebro, asumen, según las circunstancias, diferentes tipos y niveles. [13]

NOTAS

[1] Sinónimo cultista derivado del anterior. En inglés consciousness y conscience, en alemán Gewissen y Bewuβtsein, en francés conscience y en italiano conscienza.
[2] María Moliner
Diccionario de uso del español
Ed. Gredos
Madrid, 1998. p. 709 y ss.
[3] G. Güzeldere
The many faces of Consciousness. A field guide.
En “The nature of consciousness.
Cambridge, Ma. Mit Press 1996
[4] Aunque hoy en día la ciencia no ha sido capaz de contestar globalmente a todas las cuestiones cada día aumentan los detalles y el conocimiento de como se efectúa ese proceso y que elementos o zonas cerebrales intervienen en él.
[5] El Sâmkhya Yoga, en el que se apoya Patañjali, explica muy bien este funcionamiento mental. En el plano material hallaríamos Ahankâra, el “ego” o la conciencia del “yo” individual. Un falso yo creado por los sentidos y la cultura donde Manas (mente u órgano interno de percepción) y Chitta (proceso mental del conocimiento) serían las encargadas de recibir y procesar las informaciones sensoriales.
Por su parte Buddhi (otro de los órganos internos de procesamiento y discernimiento de la percepción y cognición) o área del inconsciente individual sería donde hallamos las Samskâras (sello, impronta o recuerdo que dejan las acciones del pasado y las Vâsanas (hábitos engendrados por la mente por la ejecución de algún acto, tendencias producidas por las experiencias de la vida).
[6] Según el Yoga la mente se manifiesta en cinco estados o patrones de conducta: Kshipta (Fragmentada, distraída, dispersa en varios objetos o temas, inquieta, saltando de una cosa a otra, perturbada, impulsiva, arrastrada por los deseos y emociones). Mudha (Embotada, olvidadiza, confusa, torpe, como un plácido y somnoliento elefante: sobrealimentación, drogas, falta de sueño, etc.) Vikshipta (Una mente esforzada en unificar la dispersión, indecisa, y ocasionalmente quieta. La discriminación dura poco debido a la distracción) Ekagrata (La mente se halla en un estado de fijeza y concentración. No hay presente más que una idea, no hay distracciones, claridad y unidireccionalidad de la mente. Niroddha (estado mental con los procesos mentales inhibidos, mente vacía de pensamiento, unidad entre la mente y el objeto de interés o realidad.).
Estos estados mentales se conocen también en otras filosofías orientales con otra terminología, así por ejemplo en el Vedanta hallamos: Vaishvanara (Vigilia), Taijasa (Sueño), Prajna ( sueño sin sueño), Turya ( estado superior de conciencia).


[7] Se ha venido denominando con diferentes términos: Nirvana, niroddha, éxtasis, iluminación, trance, ataraxia, sabiduría, etc. Se ha dado en chamanes, ascetas, yoguis, místicos, etc. No siendo extraño en determinadas psicopatologías de la conciencia como la esquizofrenia.
Este trance espontáneo parece ser que también puede ser inducido además de la meditación por ayunos, prácticas agónicas, ascetismos, danzas místicas, hiperventilación, relaciones sexuales, y estados de especial exaltación en los que, ocasionalmente, no faltan las drogas, consumidas, significativamente, en un contexto religioso o festivo ceremonial: Soma, Peyote, Amanita Muscaria, Ayuasca, Opio, LSD, etc.
[8] La mayoría de las sociedades antiguas poseían una palabra para referirse a esa pauta de comportamiento de la que dependemos todos. R´ta para los hindúes, Asha para los Avestas, Maat para los antiguos egipcios, Dharma para los budistas, Tao para los chinos. Todas, designaban, no sólo el orden crítico del cosmos, sino la senda o camino que debía seguirse para preservarlo. Por eso la “ conciencia moral”, la “voz de la conciencia”, está tan unida al “ saber lo que es correcto”, “ lo que debe hacerse” en cada momento; algo fundamental para la supervivencia de cualquier especie

[9] “Conocer “es una actividad representativa de la mente, una delimitación respecto al “saber”. El “saber” es un estado. No es lo mismo, pongamos por ejemplo, hablar de una naranja, con toda la riqueza y abundancia de matices que se quiera, que probar una naranja. El conocimiento, por muy documentado que sea, nos facilita una representación limitada de la naranja, la puede exprimir intelectualmente, nos puede ofrecer una aproximación a su sabor; cuando probamos la naranja, es algo totalmente distinto; sólo entonces “sabemos realmente” cual es su sabor.
[10] “Entonces se les abrieron los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos” ( Gen, 3,7)
¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer? (Gen, 3, 11). Edición española de la Biblia de Jerusalén.
[11] Cuando con las técnicas de meditación calmamos la mente, disminuyendo la especulación analógica discursiva y las perturbaciones emocionales, no sólo aumentamos la atención y la lucidez, sino que se obtienen importantes resultados terapéuticos. Un “iluminado” en definitiva no es otra cosa que un ser “despierto” capaz de captar la realidad tal cual es, más allá de los procesos mentales habituales. Por eso puede también hablarse de “niveles” o “grados” de iluminación.
[12] La “mucha conciencia es locura” del sabio y popular refranero tradicional.
[13] Para otros puntos de vista sobre un tema complejo y sujeto a aproximaciones diversas y contradictorias pueden consultarse:
Ferrater Mora, J.
Diccionario de Filosofía
Ed. Alianza. Barcelona, 1994
Norman, D.
Perspectivas de la conciencia cognitiva.
Ed. Paidos. Barcelona, 1981
Navarro, A.
Psicología cognoscitiva.
Ed. Mc. Graw-Hill. Caracas, 1995
Wilber, K
El espectro de la conciencia.
Ed. Kairós. Barcelona, 1990
Rojo Sierra, M.
Psicopatología de la conciencia
En Psiquiatría Tomo I
Ed. Toray. Barcelona, 1982
Seva, A.
Psicología y trastornos de conciencia
Ed. Expas. Barcelona, 1979